BRINDANDO SOBRE LOS ESCOMBROS

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  Información contra el encubrimiento. A 30 años del atentado a la AMIA, la impunidad y el ocultamiento de lo sucedido tiene responsables. E...

miércoles, 18 de febrero de 2015

NO ME TOQUEN LA HISTORIA OFICIAL


Ya sabemos: Una camioneta Trafic fue entregada por un proxeneta y reducidor de autos a un conjunto de impresentables policías bonaerenses que se la pasaron a algún grupo terrorista foráneo que la mostró en varios estacionamientos y la acondicionó como coche bomba, pero no le borró la numeración, para ser finalmente conducida por un conductor suicida que viajó especialmente desde un lejano país para consumar el atentado estrellando la Trafic contra la entrada de la AMIA.



Pero, supongamos. Hagamos de cuenta que en la madrugada del 18 de julio de 1994, un helicóptero fue visto y oído por numerosos testigos volando sobre los techos de la AMIA y descendiendo hasta casi posarse en su terraza mientras iluminaba su superficie con reflectores. Supongamos, hagamos de cuenta que ninguna autoridad reconoce el vuelo de ese helicóptero y que, quizá, pudieron haberse dejado en tal ocasión algunos kilos de chapas y piezas de camioneta Trafic, provenientes de un desarmadero protegido por jefes de la Federal.

Supongamos. Hagamos de cuenta que pese a la previa voladura de la Embajada de Israel y a la existencia de amenazas concretas dentro y fuera del país, se hubiera dejado como toda custodia de la AMIA un patrullero sin batería, estacionado como adorno y eventual dormitorio de efectivos policiales.

Supongamos. Hagamos de cuenta que la noche previa al atentado, se hubieran alterado completamente las guardias policiales, siendo adulterados los libros de las respectivas comisarías. Y que, por esa única noche, hubiera sido enviado como chofer del patrullero, que no funcionaba, un policía novato que además avisó que no sabe conducir y que luego fue amenazado por sus superiores para que no abriera la boca.

Supongamos. Hagamos de cuenta que detrás del patrullero que no funcionaba fue estacionado un viejo Dodge 1500 propiedad de otro policía, con contenido desconocido en su baúl.

Supongamos. Hagamos de cuenta que el 18 de julio de 1994, minutos antes de las 10 de la mañana, un par de hombres baja rápidamente de una camioneta una importante cantidad de bolsas de material, similares a las de cal, las apila en el acceso al edificio, sobre el costado derecho, retirándose rápidamente. Y que la antigua ascensorista de la AMIA, sobreviviente del atentado, entra a la institución justo cuando estaban acomodando las bolsas, unos siete u ocho minutos antes de la explosión. Y que alcanzó a marcar su entrada en el reloj de personal a las 9,49 horas antes de ser sorprendida por el estallido dentro de un baño de AMIA de donde fuera rescatada.

Supongamos. Hagamos de cuenta que el 18 de julio de 1994, también minutos antes de las 10 de la mañana, un camión de una empresa de volquetes propiedad de un ciudadano de origen libanés, deposita un volquete superpuesto a otro y formando un doble fondo, junto al cordón de la vereda de la AMIA, pasando, apenas, el centro de la puerta de Pasteur 633 y, a su vez, carga en el camión el volquete -con poca cantidad de escombros- prematuramente como para retirarlo.

Supongamos. Hagamos de cuenta que el operario que baja del camión acomoda delicadamente el volquete "vacío", con la vista puesta en la recién formada pila de bolsas de "cal". Pero que no consta en los cruces de llamadas que ese volquete hubiera sido pedido, y que, además, la firma en el remito que el chofer le atribuyó al arquitecto Malamud, es falsa al igual que su aclaración.

Supongamos. Hagamos de cuenta que los dos policías del patrullero que no funcionaba, son avisados para que abandonen el área, tal como ocurrió el 17 de marzo de 1992 con media docena de policías respecto de la Embajada de Israel. Y que, nuevamente, otros los cubren desprolijamente en sus contradictorias versiones.

Supongamos. Hagamos de cuenta que instantes después que el camión de la volquetera diera vuelta la esquina de Pasteur y Viamonte, a las 9,53 de ese 18 lunes de julio, se detona una carga explosiva oculta en el doble fondo del volquete junto a unos cuantos kilos de repuestos de Trafic, carga que direccionada hacia el sector derecho de la entrada del edifio de la AMIA, ocasiona el estallido de las pilas de bolsas de material explosivo ubicadas en la parte delantera del edificio.

Supongamos. Hagamos de cuenta que el camión que dejó el volquete tenía instalado un equipo de comunicación por radio conectada con la central de la empresa, ubicada en instalaciones del Puerto Nuevo, cercanas a donde se implementaba el tráfico ilegal de armas a Croacia y Ecuador. Y que dicho camión venía, en realidad, esa mañana de un extraño terreno fiscal en la calle Constitución, en la misma cuadra de un sirio muy cercano a Menem e incluso a Al Kassar, baldío cercado y administrado a voluntad por el médico y confidente de Menem, en la zona de residencia de la "banda de los comisarios". Y que dicho ciudadano de origen sirio de esa cuadra de la calle Constitución allegado a la familia Menem, realizó un injustificado llamado a Telleldín el domingo 10 de julio de 1994, teniendo en su agenda, además, el teléfono de Mohsen Rabbani.

Supongamos. Hagamos de cuenta que esa misma empresa del ciudadano libanés que dejó el volquete en la puerta de la AMIA, además -adquirió y almacenó en semanas previas al atentado- varios miles de kilos de amonal y de detonantes, adquisiciones que no pudo justificar con sus actividades mineras pese a la certificación extendida en su favor por un coronel. Y que ese coronel fue procesado por su participación en el grupo del presidente riojano que contrabandeó armas a Croacia y Ecuador. Y que, todo parece indicar, voló la fábrica militar de Río Tercero.

Supongamos. Hagamos de cuenta que después de la explosión, los camiones con volquetes de la misma empresa del ciudadano libanés volvieron a ingresar varias veces a la zona del desastre "para colaborar".

Supongamos. Hagamos de cuenta que inmediatamente después del estallido, derrumbe y consiguiente masacre, los "investigadores" ya tenían la consigna de buscar sólo piezas de Trafic blanca, y de desechar cualquier otra cosa. Y que esa orden la tuvieron antes aún del "hallazgo" del pedazo de motor numerado que fuera identificado como perteneciente a una Trafic y que llevara a la captura de Telleldín y luego a los policías bonaerenses.

Supongamos. Hagamos de cuenta que la historia oficial explica que se llega a Telleldín a partir del descubrimiento de un trozo de motor con la numeración intacta, que los torpes terroristas habrían omitido borrar. Pero que los teléfonos de Telleldín se ordenan intervenir con anterioridad a la supuesta aparición de ese trozo de motor entre las ruinas, como adivinando que se iba a encontrar ese pedazo de motor numerado que llevaría a Telleldín.

Supongamos. Hagamos de cuenta que los teléfonos del acusado diplomático iraní Rabani se encontraban intervenidos desde 40 días antes del atentado.

Supongamos. Hagamos de cuenta que, además, el acta de hallazgo de ese trozo de motor es falsa y viciada de nulidad, y que en el juicio oral se demuestra que los que allí firmaron diciendo que presenciaron el momento del hallazgo, en realidad, no presenciaron nada, con lo cual no se sabe cómo apareció. Y que entonces, en pleno juicio oral, se modifica la escena del hallazgo y se llama a un militar israelí para que diga que, en realidad, fue él quien lo encontró.

Supongamos. Hagamos de cuenta que hubo varios y muy diversos testigos presenciales del exacto momento de la explosión, que no vieron ninguna Trafic; desde una señora asomada a su balcón a la espera de su empleada doméstica, hasta un empleado de un comercio de Pasteur al 700 que tenía su camioneta en doble fila y temía la aparición de una de las camionetas destinadas a labrar infracciones de tránsito, pasando por varias víctimas sobrevivientes. Y que algunos de ellos fueron presionados para que dijeran haber visto una Trafic.

Supongamos. Hagamos de cuenta. Que el juzgado de instrucción, los fiscales y la querella de la DAIA/AMIA dejaron fuera de la causa todo lo que desvirtuaba la historia oficial, y numerosos testigos presenciales recién fueron llamados muchos años después cuando comenzó el juicio oral y debían declarar en el Tribunal. Entre ellos, dos colectiveros afectados por la onda expansiva, que por la ubicación en que quedaron sus grandes vehículos hubieran hecho necesaria una arriesgada maniobra previa de sobrepaso por parte de la supuesta Trafic bomba en una calle angosta, como lo son Tucumán y Pasteur. O una sobreviviente de un negocio de la vereda de enfrente a la AMIA, que se encontraba sentada dentro del local y con su mirada hacia el frente vidriado. Y muchos otros más.

Supongamos. Hagamos de cuenta que la consigna de la "investigación" hubiera sido -a nivel local- no salpicar a la Policía Federal, la SIDE ni a miembros de la mafia menemista, y se hubiera decidido echarle todo el fardo a la policía corrupta del enemigo Duhalde. Y que a nivel internacional se hubiera "sugerido" evitar tocar cualquier pista que implicara a jerarcas sirios, inconveniente no solo por los vínculos con la familia presidencial (de ese entonces) sino también por la coyuntura del Medio Oriente.

Supongamos. Hagamos de cuenta que la "investigación" fue manejada por agentes de inteligencia abiertamente antisemitas y nazis, que apenas disimulaban su satisfacción por la mortal efectividad del atentado. Y que "la causa" se constituyó en una formidable fuente de viajes y fondos reservados.

Supongamos. Hagamos de cuenta que algunos traficantes internacionales de armas, droga y dinero sucio contribuyeron a amasar varias de las más importantes fortunas menemistas penetrando, además, el aparato de seguridad del Estado. Y que el menemismo finalmente desarrolló la tan ponderada "teoría del derrame" económico, cuando esas mismas fuentes de poder y dinero manchado de sangre se volcaron sobre funcionarios del Gobierno y las arcas de algún banquero comunitario y sus adláteres.

Supongamos. Hagamos de cuenta, que el banco de ese dirigente comunitario comienza a recibir cientos de millones de dólares del Gobierno, en base a su carisma y credibilidad en la colectividad. Y que, como contrapartida, ese dirigente judío se compromete a disciplinar a la comunidad, a acallar las críticas al Gobierno y a sostener la historia oficial.

Supongamos. Hagamos de cuenta que ese banquero judío y sus abogados en la causa consienten el pago impulsado por el juez y el Gobierno de U$S 400.000 y U$S 5.000 por mes durante dos años al delincuente Telleldín para que éste acuse a los policías bonaerenses. Y que cuando trasciende el tema, esas mismas personalidades de la colectividad se encargan de desacreditar a los pocos periodistas que se interesan en desentrañar estas tremendas irregularidades.

Supongamos. Hagamos de cuenta que cuando el banquero-dirigente fue abucheado por una multitud en el acto del tercer aniversario del atentado, dejó de ser útil al Gobierno y comenzó su caída. Y se aceleró el vaciamiento del banco hacia cuentas y empresas de su banda, que incluyó la evaporación de casi 300 millones en unas pocas semanas, dejando un tendal de damnificados.

Supongamos. Hagamos de cuenta que parte de lo expuesto precedentemente fuera verdad evidente y ya comprobada, y otra buena parte pudiera investigarse y acreditarse. Sería un horror y un desprestigio para muchos. Menos mal que Menem, Corach, Galeano, Beraja, Nercellas, Anzorregui y todos sus interesados incondicionales, durante estos largos 10 años, sostuvieron contra viento y marea que esos detalles menores son sólo burdas patrañas inventadas por los defensores de los policías bonaerenses. El honor ante todo.

(Escrito en Julio 2004 para Nueva Sión,  en el 10º aniversario del atentado)


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