"según Roberto García, gerente comercial de las librerías Antígona (una de ellas ubicada a las puertas de la Biblioteca Nacional argentina), la inquietud lectora muestra un regreso a los libros sobre la AMIA. El que más se destaca es Brindando sobre los escombros de Horacio Lutzky"
http://www.perfil.com/cultura/Lecturas-a-partir-de-la-muerte-20150215-0008.html
"Lo único indiscutible y comprobado ha sido la existencia de una deliberada y muy efectiva voluntad de tapar lo ocurrido. ¿Por qué?; ¿cómo lo lograron?
La destrucción de pruebas, el sembrado de pistas falsas, y la prohibición de investigar a ciertos personajes involucrados en la trama criminal fueron una constante durante el régimen menemista, que gobernó con el absoluto control de la Justicia, el Congreso y los servicios de inteligencia. ¿Pero se habría podido orquestar el encubrimiento sin sumar además la complicidad de la dirigencia comunitaria judía, en episodios tan sensibles internacionalmente como lo fueron los más grandes atentados antisemitas en el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial? ¿Y sin el visto bueno norteamericano e israelí?. Decididamente no. En estas páginas pondremos en evidencia suficientes motivos como para justificar gigantescas maniobras de distracción como las que se perpetraron.
El concepto de “víctimas” encierra en este caso realidades muy diferentes. Bajo la misma investidura se encuentran madres y padres desolados, amas de casa castigadas por la pérdida atroz y sorpresiva, chicos que han crecido sin sus padres o abuelos, y todos los que fueron dañados con el injusto duelo eterno por sus seres queridos, sin haber buscado ocupar ningún rol público. Pero también aparecen como víctimas los dirigentes, representantes de las entidades agredidas. ¿Lo son?, ¿lo fueron alguna vez? (…) Una palabra densa sobrevuela la investigación de las matanzas: traición. No es lo mismo ser engañado -o incluso dejarse engañar- por los encubridores, que participar activamente con ellos. Los familiares de las víctimas de los atentados asumieron distintos caminos en búsqueda de verdad y justicia, muchas veces discordantes ante el accionar oficial, por lo cual no hubo una actuación conjunta. Pero quienes conocían los secretos del poder y negociaron con él fueron las máximas autoridades de la comunidad judía, en el caso de la mutual judía, y del Estado de Israel en el caso de la Embajada.
Los motivos fueron varios, y son analizados en este libro. Pero pasaron los años, cambiaron los gobiernos así como el contexto nacional e internacional, y ciertos garantes del silencio ya no están.
Los procesos judiciales siguen abiertos y muestran entonces algunos avances en lo tocante al encubrimiento, que escandalosamente podrían terminar con algunas de las “víctimas” condenadas. Sin embargo, como se evidencia en el primer capítulo, no todo está perdido para los colaboracionistas, que siguen manteniendo una fuerte red enquistada dentro de las instituciones judías. En este sentido, que el comisario “Fino” Palacios mantuviera estrechas relaciones con la abogada de Beraja y de la DAIA Marta Nercellas, mientras un subordinado suyo espiaba al familiar de una víctima de la AMIA Sergio Burstein, no es más que una confirmación de la afinidad de un sector dirigencial de autodenominadas “víctimas” con los victimarios. (…) Para efectuar una lectura política de la comunidad judía argentina a partir de los años 90 y hasta la actualidad, los atentados y todo lo que se reordenó en torno a ellos -llamémoslo “causa AMIA” para simplificar- constituyen el eje central, a partir del cual al día de hoy continúan teniendo lugar agrupamientos y conspiraciones. Notablemente, mientras ya se conoce hasta con día y hora buena parte de los actos que borraron las pruebas que apuntaban a la posible intervención de agentes de ascendencia siria en tareas de preparación de uno de los atentados y en la trama de contrabando de armas del menemismo, sólo sigue siendo políticamente correcto acusar a uno de los socios, la República Islámica de Irán.
En momentos en que buena parte de las tensiones internacionales se focalizan en Irán y en Israel, las denuncias de Argentina sobre la responsabilidad de funcionarios de Irán en los atentados necesariamente se insertan en un contexto global sumamente complicado. Los reclamos de la Justicia y el Poder Ejecutivo argentinos ante Interpol y Naciones Unidas, acompañados por las instituciones judías, se superponen con las calientes controversias internacionales sobre la búsqueda de Irán de convertirse en potencia nuclear mientras amenaza borrar del mapa a la “entidad sionista”.
Al reclamar justicia respecto de Irán, en un ambiente internacional crispado de señales prebélicas, la comunidad judía argentina vuelve a quedar en el centro del escenario por la fuerza de los acontecimientos. Y se ve obligada a expedirse políticamente, a interactuar con el gobierno nacional, y a polemizar, como ha ocurrido ante distintos medios de comunicación entre algún familiar de víctima del atentado a la AMIA y dirigentes de partidos de izquierda o de movimientos sociales que apoyan a Irán. O que consideran que la solución es la destrucción del Estado de Israel, como preconiza el MST (Movimiento Socialista de los Trabajadores). Los viajes de Luis D´Elia a Irán y sus reiteradas manifestaciones de apoyo a Ahmanidejad frente a los reclamos de la justicia argentina, así como la incorporación a algunas marchas piqueteras de consignas propias de Medio Oriente son una muestra del nuevo escenario que asoma.
La dimensión política del momento es un plano que por acción o por omisión puede afectar a todos, religiosos y laicos, progresistas y derechistas, sionistas e independientes, e incluso a quienes no mantienen mayor identificación con sus raíces judías. (…) Si la Argentina en general, y su comunidad judía en particular, permiten que los colaboradores locales de las masacres continúen impunes, la posibilidad de su reiteración será ya casi una certeza.
Pero sólo será factible avanzar en la verdad de lo sucedido si se desarticula la red de protección que aún ampara a los encubridores desde dentro de las propias entidades judías centrales".
(fragmento del prólogo, de enero 2012)
"BRINDANDO" EN PÁGINA/12 :
EL PAIS › ADELANTO DEL LIBRO BRINDANDO SOBRE LOS ESCOMBROS
La historia del encubrimiento
El periodista Horacio Lutzky acaba de publicar un duro resumen de casi dos décadas de operaciones para ocultar la verdad sobre el atentado a la AMIA. Promesas en Medio Oriente y la complicidad de la dirigencia comunitaria.
Por Raúl Kollmann
Un avión argentino que transportaba armas israelíes para Irán y se cayó en el camino, militares argentinos que entrenaban a contrarrevolucionarios de Centroamérica y empresarios de la comunidad judía metidos en el tráfico de armas en el escándalo Irán-contras. Alfredo Yabrán, el lavador de dinero Gaith Pharaon y el traficante de armas Monser al Kassar visitando Fabricaciones Militares. Los acuerdos de Carlos Menem con el presidente sirio Hafez al Assad para que le financie la campaña a cambio del misil Cóndor. Una planta nuclear prometida a Irán y, sobre todo, dirigentes de la DAIA brindando con Jorge “El Fino” Palacios y la plana mayor de la Unidad Antiterrorista de la Policía Federal que desviaron la investigación del atentado contra la AMIA. Todos estos ingredientes son el corazón de Brindando sobre los Escombros (Editorial Sudamericana), una investigación del periodista Horacio Lutzky sobre las increíbles relaciones y negocios entre militares y gobernantes argentinos, funcionarios sirios e israelíes y dirigentes de la comunidad judía argentina como trasfondo de los atentados perpetrados en Buenos Aires, en especial el de la AMIA, del que se cumplirán 18 años este miércoles.
El subtítulo del libro lo dice todo: La dirigencia judía y los atentados, entre la denuncia y el encubrimiento. Los textos hilvanan casi una novela sobre los vínculos anteriores y posteriores al atentado.
Estos son algunos de los textos:
- Al perpetrarse los ataques, este autor formó parte de la dirección de noticias de la desaparecida señal de TV Alef Network, de la cual uno de sus accionistas se convirtió pronto en dueño excluyente, Rubén Beraja, titular del Banco Mayo y presidente de la DAIA. La férrea censura que impusieron Beraja y sus colaboradores resultó sorprendente. La línea era contraria al esclarecimiento. El pacto pudo haberse explicado por los negocios del Banco Mayo con el gobierno de Menem. Pero eso no alcanza. Y tampoco los negocios particulares del embajador de Israel, Yitzhak Avirán.
- Notablemente, mientras ya se conocen, hasta con día y hora, buena parte de los actos que borraron las pruebas que apuntaban a la posible intervención de agentes de ascendencia siria en las tareas de preparación de los atentados y en la trama de contrabando de armas del menemismo, sólo sigue siendo políticamente correcto acusar a uno de los socios, la República Islámica de Irán.
- La ortodoxia religiosa, identificada con Beraja y favorecida materialmente por el Banco Mayo, participa activamente de esta encarnizada lucha que se desarrolla por mantener en la penumbra los trágicos años noventa, tras lo cual la comunidad se transformó definitivamente.
- El 8 de julio de 2009 tres ex altos directivos de la DAIA concurrieron a la sede del Gobierno de la Ciudad no para oponerse, sino para opinar a favor del nombramiento de Palacios al frente de la Policía Metropolitana. El 11 de julio se publicó la designación en el Boletín Oficial.
- Uno de esos dirigentes, Roberto Zaidemberg, representaba en 1998 a la empresa Emprendimientos Turísticos Internacionales S.A. El 7 de abril de 1998, el Banco Mayo, en pleno proceso de iliquidez, le prestó a esa empresa 4.800.000 pesos para que comprara acciones de otra empresa de Beraja. El 11 de septiembre, otra empresa del grupo le pagó a Emprendimientos, de Zaidemberg, otros 5.100.000 pesos por la compra de las mismas acciones. O sea 10 millones de dólares sustraídos al banco antes del derrumbe final.
- Otro de los dirigentes, José Hercman, desde noviembre de 1991 hasta mediados de 1994 le alquiló un departamento de su propiedad a un alto funcionario iraní involucrado en exportaciones poco claras a Irán y luego sospechado de integrar la trama terrorista responsable de los atentados: Seyed Jamal Youssefi. El aval del alquiler fue dado por la Embajada de Irán. Como se ve, con los iraníes devenidos en demonios luego del 18 de julio de 1994 existían relaciones comerciales previas.
- Una de las sorpresas arrojadas por la investigación de las escuchas ilegales fue la revelación de que habían existido nada menos que 112 llamadas entre la abogada de la DAIA, Marta Nercellas, y El Fino Palacios, además de una gran cantidad de comunicaciones de Palacios con otros involucrados en la trama del encubrimiento. Palacios fue procesado por encubrimiento, pero Nercellas continuaba asesorando a la DAIA. Con anterioridad, mientras se instruía la causa AMIA, Nercellas defendió penalmente a las empresas Zapram, dominadas por Alfredo Yabrán, integradas por represores de la última dictadura militar, por imputaciones de evasión impositiva.
- Si bien Irán e Israel son hoy enemigos supremos, desde los años ’70 y hasta el atentado a la mutual judeo-argentina existió una red de tráfico de explosivos y armas israelíes, norteamericanas y argentinas hacia Irán o hacia intereses iraníes, que tuvo a Buenos Aires como una de sus bases principales. Al punto de que sobran indicios que señalan a esa misma red como fuente de la carga explosiva que demolió la AMIA.
- A lo largo de los años ’80 y principios de los ’90, Israel organizó diversos circuitos para las ventas clandestinas de armas a Irán, con la Argentina como uno de los vértices del tráfico, que incluyeron el pago de sobornos y comisiones a políticos, parlamentarios y contribuciones especiales para algunas organizaciones judías que operaban como lobby. Cita las confesiones del ex agente de inteligencia israelí Ari Ben Menasche.
- Agentes iraníes como John Pashai hicieron sigilosas compras de armas y explosivos a Fabricaciones Militares, mientras Irán presionaba al gobierno argentino para que cumpliera con la entrega de material y tecnología para el desarrollo nuclear, compromiso obligado por un millonario contrato. La pulseada fue perdida por Irán, que en diciembre de 1991 vio cómo el embarque de material nuclear que le estaba destinado, ya cargado en el puerto de Campana, fue abruptamente suspendido. Funcionarios argentinos, para apaciguar la indignación iraní, se comprometieron a suministrar armas y explosivos para los combatientes islámicos en Bosnia.
- El 18 de julio de 1981 fue derribado un avión de carga de Transporte Aéreo Rioplatense, cerca de Erevan (Armenia). La nave había despegado de Irán. Ari Ben Menasche declaró que hasta 1991 hubo 40 vuelos de carga argentinos que salieron de Tel Aviv con destino a Teherán.
- Siria se estaba quedando sin la posibilidad de contar con la tecnología nuclear prometida y cobrada por adelantado por Menem en forma de aportes para su campaña. Irán sufrió la súbita cancelación de un contrato de provisión nuclear. Todo sucedió en el marco de un alineamiento argentino con Occidente, acorde con las presiones norteamericanas e israelíes.
- Al Kassar, en compañía de Yabrán, visitó las instalaciones de Falda del Carmen donde se construía el misil Cóndor. Está probado que Irak participó del nacimiento y desarrollo del Cóndor y partes incompletas llegaron a Irak antes de su paralización.
- Mientras tanto el embajador de Israel en la Argentina, Yitzhak Avirán, no cesaba de bajar línea a favor del gobierno de Menem. Las nubes a las que eufemísticamente se refería fueron en realidad los hongos de las explosiones que volaron la Embajada y la AMIA. Tras revelarse algunos negocios que contaron con su participación, quedó en claro que tan estrechas fueron sus relaciones que luego de pasarse años instando a los judíos argentinos a radicarse en Israel, él mismo se quedó a vivir en la Argentina.
- En realidad, nadie en su sano juicio acusa a la dirigencia judía por el atentado, sino por aceptar el desvío de las investigaciones, orquestado para dejar fuera de la pesquisa a sospechosos del entorno sirio de Menem, así como la connivencia previa con la red iraní de tráfico de armas y explosivos. No son responsables del atentado. Sí son cómplices de la impunidad subsiguiente.
- Los cables de Wikileaks, publicados por Página/12, demostraron cómo un hombre de Beraja, Alfredo Neuburger, mantenía reuniones con la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires y de allí salía la “sugerencia” al fiscal Alberto Nisman para que no se investigara el desvío de la causa AMIA.
- Supongamos, hagamos de cuenta, que la consigna de la investigación hubiera sido a nivel local no salpicar a la Policía Federal, a la SIDE ni a miembros de la mafia menemista y –menos aún– a los gestores del tráfico de armas a los Balcanes. Y que a nivel internacional se hubiera sugerido evitar tocar cualquier pista que implicara jerarcas sirios, inconveniente no sólo por los vínculos con la familia presidencial, sino también por la coyuntura de Medio Oriente.
Brindando sobre los Escombros, La dirigencia judía y los atentados: entre la denuncia y el encubrimiento. Editorial Sudamericana, julio de 2012.
EN "LA NACION"
Viernes 13 de julio de 2012 | Publicado en edición impresa
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Libros y autores
Un caso irresuelto
El periodista Horacio Lutzky investiga el papel de la dirigencia judía en relación con los atentados a la AMIA y a la embajada de Israel
Conocí a Horacio Lutzky hace diez años, cuando entrevisté a los periodistas que cuestionaban la historia oficial del atentado a la AMIA. La mayoría eran judíos y habían trabajado para esa mutual o la DAIA en la investigación y, luego de encontrar abundantes y sólidas pruebas que contradecían la historia oficial defendida a ultranza por la AMIA, la DAIA, el menemismo y el juez federal Juan José Galeano publicaron sus hallazgos. Muchos sufrieron represalias de la dirigencia judía y algunos fueron querellados, como Marcos Doño.
¿Por qué nadie podía apartarse del dogma que erigía a Irán como único responsable y excluía meticulosamente el papel de Siria y los sirios íntimos del menemismo? ¿Por qué era una herejía concebir la activa participación de argentinos? ¿Por qué las dos mayores entidades judías defendieron la desastrosa labor de Galeano y sus fiscales, hoy procesados, labor que incluyó apremios y amenazas a testigos y el pago de declaraciones?
Esta valiente y muy documentada investigación de Lutzky trae las respuestas en momentos en que se vive un interesado olvido de las peores carnicerías desde el retorno de la democracia. La justicia ha permitido la impunidad para los tres atentados ocurridos durante el menemismo. Las investigaciones de las voladuras de la embajada de Israel en 1992, de la AMIA en 1994 (el próximo miércoles 18 se cumplirán 18 años) y de Río Tercero en 1995 se encuentran técnicamente con vida, pero con una vida vegetativa en lo que hace a la búsqueda de la verdad real.
Si bien Brindand o sobre los escombros se centra en el papel de la DAIA y la AMIA (el subtítulo es La dirigencia judía y los atentados: entre la denuncia y el encubrimiento ), va más allá y también se ocupa del contexto internacional de la década de 1990, cuando Estados Unidos e Israel procuraban no enfadar a Siria ni a Carlos Menem con la esperanza de que Damasco arribara a la paz con Tel Aviv y Buenos Aires permaneciera aliada a Washington, donde no importaba que el terrorista y traficante sirio de armas y drogas Monzer Al Kassar pudiera estar involucrado en los atentados, como lo estuvo en el contrabando de armas. ¿Por qué iba a importarles a los norteamericanos, si en aquel entonces usaban los servicios del terrorista y lo apañaban como lo apañaba Menem, cuyo gobierno traficaba armas a Croacia y Bosnia -igual que Al Kassar- bajo el guiño norteamericano y con algunos personajes que podrían no ser ajenos a la voladura de la AMIA? Es más que interesante el material que aporta Lutzky sobre la posible intervención de Al Kassar en el atentado al avión de Pan Am en Lockerbie, a raíz del cual se realizó un juicio plagado de pruebas falsas.
El título Brindando sobre los escombros se refiere a una fotografía que ilustra la increíble alianza del liderazgo judeoargentino con encubridores del atentado. La foto de la agencia Télam del 16 de noviembre de 2001 muestra al comisario de la Policía Federal Jorge "Fino" Palacios en el homenaje de la DAIA por su "contribución en la investigación", copa en mano junto al entonces titular de la entidad, José Hercman, y a su actual presidente, Aldo Donzis. Se sabía ya que la Federal había liberado la zona de la embajada y la de la AMIA antes de los atentados y había permitido la desaparición de importantes pruebas de la causa. Después se conocería el posible papel encubridor de Palacios, por el cual se lo procesó con Galeano y otros ex funcionarios. Rubén Beraja, ex presidente de la DAIA, también se encuentra procesado en otro expediente conexo.
Lutzky, periodista, abogado y ex director del periódico Nueva Sión , desarrolla los lazos de Beraja con el menemismo y los préstamos de 298 millones de dólares del Banco Central a su Banco Mayo, que igual quebraría por fugar dinero a paraísos fiscales. Presenta a sus hombres de confianza, como Hercman, quien entre noviembre de 1991 y mediados de 1994 alquiló un departamento a un iraní posteriormente acusado de integrar la trama terrorista de la voladura, y los negocios de un allegado al embajador israelí Yitzhak Avirán con dinero de los Aportes del Tesoro Nacional. "No son responsables del atentado. Sí son cómplices de la impunidad subsiguiente", dice Lutzky de esa dirigencia.
Como contrapartida, hay que destacar las valiosas investigaciones de integrantes de la comunidad judía. Entre otras, las de Diego Melamed, Guillermo Lipis, Doño y Gabriel Levinas, a las que ahora se suma el libro de Lutzky..
UNA HISTORIA DE MALENTENDIDOS Y CONSPIRACIONES
AMIA, corrupción y política
El próximo miércoles se cumplen 18 años del atentado a la AMIA. En Brindando sobre los escombros, Horacio Lutzky condensa años de investigación sobre ese ataque y el que en 1992 destruyó la embajada de Israel. Crímenes no esclarecidos y que han dado lugar a una inédita situación en la que supuestos representantes de las víctimas ayudaron al ocultamiento de pruebas que hubiesen podido llevar a la verdad.
Nadie espera que los criminales contribuyan al esclarecimiento de los delitos en los que participan. Por el contrario, su actividad tendiente a ocultar o desviar rastros que los incriminan es habitual, natural y previsible. Lo que resulta en cambio escandaloso es que representantes de las víctimas intervengan activamente en el encubrimiento de la verdad.
Una situación así debería suscitar asombro y perplejidad. Y generar numerosos interrogantes. Con mucha más razón si –como ocurrió tras el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA)– en ese engañoso emprendimiento se articulan dirigentes de la comunidad judía, miembros del Gobierno y de sus servicios de inteligencia, policías corruptos y agentes de países extranjeros.
¿Cómo es posible? ¿Por qué motivo el liderazgo judeoargentino sistemáticamente se ha alineado con los principales acusados de encubrimiento? ¿Qué es lo que los ciudadanos comunes no deberíamos conocer?
Estas son algunas de las inquietantes preguntas que dieron origen a este libro, cuyo eje argumental permite evocar uno de los personajes literarios que más aplicaciones políticas han tenido en todo tiempo y lugar: el Fausto.
La historia de Fausto fue publicada por primera vez en 1587 por el librero alemán Johann Spies. El protagonista, teólogo y practicante de magia negra, invoca al diablo para tratar de ponerlo a su servicio. Para ello, realiza un pacto con Mefistófeles, demonio súbdito del diablo, que accede a darle a Fausto conocimiento sobre todo aquello que se le ocurra durante 24 años. Pasado ese lapso, su alma pertenecería al diablo. En ese período, Fausto alterna entre el goce y el arrepentimiento, sin poder nunca salir del pacto, merced a las amenazas y presiones del diablo. Tras los 24 años, Fausto muere de forma violenta y es llevado al infierno.
En la Argentina llevamos más de veinte años desde el comienzo de los tratos que vincularon a dirigentes judíos con políticos corruptos y redes de traficantes de armas que suministraron arsenales a los sospechosos de haber cometido los atentados contra los blancos judíos, representados por esos mismos dirigentes. Pero, a diferencia de Fausto, el pacto no persigue ganar conocimiento; consiste en alejarlo, en que no sepamos.
(…) El pacto “faustiano” pudo haberse explicado por los negocios del Banco Mayo, presidido –como ya se señaló– por el titular de la DAIA, Rubén Beraja, con el gobierno de Menem. Pero, ¿por qué entonces persisten el silencio y la complicidad, cuando el banco no existe más y cambiaron los dirigentes, tanto a nivel nacional como comunitario? ¿Por qué las instituciones judías insisten en proteger a los acusados de encubrimiento respecto de los atentados? ¿Por qué los Estados Unidos presionaron para que no se indagara sobre las irregularidades de la investigación? ¿Y por qué Israel apoyó el silenciamiento de la mecánica de lo ocurrido? El Banco Mayo no alcanza para explicar todo ello, como tampoco los negocios particulares del embajador de Israel, Yitzhak Avirán.
(…) Es necesario ir hacia atrás y revisar la historia de acuerdos clandestinos entre israelíes, argentinos e iraníes, que llegan hasta los mismos días de los atentados en la Argentina, la trama argentina-israelí de venta de armas, el factor nuclear, el involucramiento de la dirigencia judía argentina y de un embajador de Israel en los negocios del menemismo, el encandilamiento con las promesas de Carlos Menem de lograr la paz en Oriente Medio mientras generaba las condiciones para las masacres terroristas en la ciudad de Buenos Aires.
Y también el surgimiento de una casta ultrarreligiosa que tomó control en AMIA e impulsa el retorno a la vida de gueto y la neutralización de todo intento actual de juzgamiento a los acusados de encubrimiento. Finalmente, hay que advertir los peligros que vuelven a recrearse con los nuevos juegos de guerra, que son trasladados al territorio latinoamericano por la “revolución bolivariana” encabezada por Hugo Chávez.
Se trata de una interacción entre lo nacional y lo internacional sin la cual es imposible comprender la realidad de nuestro país desde los años 90 y hasta la actualidad, incluidos los más grandes atentados terroristas de su historia. La comunidad judía alcanzó un enorme grado de exposición pública con el menemismo y con Rubén Beraja al frente de la DAIA. Tras la decadencia de ambos, ningún líder comunitario volvió a tener el mismo nivel de notoriedad.
Se trata de una interacción entre lo nacional y lo internacional sin la cual es imposible comprender la realidad de nuestro país desde los años 90 y hasta la actualidad, incluidos los más grandes atentados terroristas de su historia. La comunidad judía alcanzó un enorme grado de exposición pública con el menemismo y con Rubén Beraja al frente de la DAIA. Tras la decadencia de ambos, ningún líder comunitario volvió a tener el mismo nivel de notoriedad.
Durante los años 90, la figura de Beraja concentraba no sólo la atención política y mediática sino que contaba también con trato privilegiado entre las autoridades nacionales, además de un considerable poder económico. Sin embargo, su caída no conllevó la desaparición de un estilo de política comunitaria que era desconocido con anterioridad al atentado a la AMIA. Las declaraciones de la dirigencia judía y sus intervenciones políticas comenzaron a tener eco en diversas agrupaciones políticas-partidarias, e incluso en organismos internacionales. Las internas judías pasaron a formar parte de la agenda periodística y de la política nacional y, de igual modo, temas nacionales e internacionales que no participaban de la discusión interna entraron sin pedir permiso, mientras nuevos actores se asomaron al escenario.
A partir de ese protagonismo, alguno de ellos, como el rabino Sergio Bergman, tras haber sido en 1994 uno de los fundadores de la combativa agrupación de reclamo de justicia Memoria Activa, se involucró en marchas políticas como la protagonizada por el fugaz “ingeniero” Juan Carlos Blumberg, y se alistó como legislador de Mauricio Macri.
Otros se volcaron al compromiso con el kirchnerismo tras su polémico paso por la conducción de AMIA, como el ex cuñado de Bergman y también rabino, Sergio Szpolski, quien construyó a partir de dicha alianza un emporio mediático que se ofrece para dar pelea a los grandes grupos hegemónicos. O como el poderoso empresario Eduardo Elsztain, firme defensor del modelo económico impulsado por los Kirchner, a la vez devoto observante religioso, seguidor de Jabad Lubavitch y miembro del Congreso Judío Mundial. El visible protagonismo de estos y otros referentes es fruto de las profundas modificaciones producidas en esta colectividad en los últimos veinte años, que están anticipando el fin de un modelo: las instituciones judías que desde hace más de un siglo se proclaman representantes de toda la comunidad son cuestionadas y enfrentan una crisis ideológica sin precedentes, consecuencia de oscuras historias que es indispensable revelar y debatir.
En esta segunda década del siglo XXI, la condición judía en la Argentina se ve cruzada por las consecuencias de episodios de política nacional e internacional que la vienen conmoviendo con violencia a partir de los años 90.
Desde los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA, hasta los escraches y las manifestaciones ante entidades o personalidades judías por los sucesos de Oriente Medio, la comunidad se ve expuesta a un importante nivel de protagonismo, mientras las contradicciones internas se multiplican.
Como efecto secundario, las masacres de 1992 y 1994 dieron lugar a numerosas muestras de solidaridad y de compromiso, pero también desnudaron miserias y pujas de poder. Y, entre tantas otras derivaciones, fueron configurando el actual modelo de conducción política y de relación con las autoridades nacionales y el resto de la sociedad, poco representativo para decenas de miles de judíos argentinos que no participan en las instituciones centrales. No obstante, la voz oficial de la comunidad pertenece a estas entidades.
La AMIA y la DAIA tienen asignado un rol principal en el reclamo de verdad y justicia por el atentado que destruyó la sede central de la comunidad. Reclamo de esclarecimiento que, a diferencia de atentados terroristas perpetrados en otros países, permanece insatisfecho, en particular respecto de los autores materiales. El argumento de la sorpresa no es admisible cuando dos años antes había ocurrido otro ataque terrorista. No se trató de mera impericia, sino de una decisión política de no saber. Ya es hora de preguntarnos por qué en la Argentina se ocultó todo por tantos años.
Esta lacerante pregunta está en el centro de la soterrada polémica que emerge al indagar sobre las causas de la impunidad de los atentados de los 90 en la Argentina, que se llevaron la vida de más de un centenar de personas y dejaron un gran número de heridos y mutilados, tanto física como psicológicamente.
Veinte años pasaron del ataque a la embajada de Israel y dieciocho de la voladura de la AMIA, y lo único indiscutible y comprobado ha sido la existencia de una deliberada y muy efectiva voluntad de tapar lo ocurrido. ¿Por qué? La destrucción de pruebas, el sembrado de pistas falsas y la prohibición de investigar a ciertos personajes involucrados en la trama criminal fueron una constante durante el régimen menemista, que gobernó con el absoluto control de la Justicia, el Congreso y los servicios de inteligencia. ¿Pero se habría podido orquestar el encubrimiento sin sumar además la complicidad de la dirigencia comunitaria judía en episodios tan sensibles internacionalmente como lo fueron los más grandes atentados antisemitas en el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial? ¿Y sin el visto bueno norteamericano e israelí? Decididamente, no. (…)
El concepto de “víctimas” encierra en este caso realidades muy diferentes. Bajo la misma investidura se encuentran madres y padres desolados, amas de casa castigadas por la pérdida atroz y sorpresiva, chicos que han crecido sin sus padres o abuelos, y todos los que fueron dañados con el injusto duelo eterno por sus seres queridos, sin haber buscado ocupar ningún rol público. Pero también aparecen como víctimas los dirigentes, representantes de las entidades agredidas. ¿Lo son? ¿Lo fueron alguna vez? En la Argentina, representar a los más débiles ha demostrado ser, en muchas ocasiones, un excelente negocio.
Sindicalistas millonarios a costa de la entrega de los trabajadores, punteros de organizaciones políticas que acaparan en provecho propio la ayuda social, parlamentarios que cotizan su voto han sido notas comunes de nuestra realidad nacional. Realidad a la que la comunidad judía no ha sido ajena. Una palabra densa sobrevuela la investigación de las matanzas: traición. No es lo mismo ser engañado –o incluso dejarse engañar– por los encubridores que participar activamente con ellos. Los familiares de las víctimas de los atentados asumieron distintos caminos en la búsqueda de verdad y justicia, muchas veces discordantes ante el accionar oficial, por lo cual no hubo una actuación conjunta.
Pero quienes conocían los secretos del poder, y negociaron con él, fueron las máximas autoridades de la comunidad judía, en el caso de la mutual judía, y del Estado de Israel, en el caso de la embajada.
Los motivos fueron varios (...). Pero pasaron los años, cambiaron los gobiernos así como el contexto nacional e internacional, y ciertos garantes del silencio ya no están.
Los procesos judiciales siguen abiertos y muestran entonces algunos avances en lo tocante al encubrimiento, que escandalosamente podrían terminar con algunas de las “víctimas” condenadas. Sin embargo, (…)
no todo está perdido para los colaboracionistas, que siguen manteniendo una fuerte red enquistada dentro de las instituciones judías. En este sentido, que el comisario Jorge “Fino” Palacios mantuviera estrechas relaciones con la abogada de Beraja y de la DAIA, Marta Nercellas, mientras un subordinado suyo espiaba al familiar de una víctima de la AMIA, Sergio Burstein, no es más que una confirmación de la afinidad de un sector dirigencial de autodenominadas “víctimas” con los presuntos victimarios.
no todo está perdido para los colaboracionistas, que siguen manteniendo una fuerte red enquistada dentro de las instituciones judías. En este sentido, que el comisario Jorge “Fino” Palacios mantuviera estrechas relaciones con la abogada de Beraja y de la DAIA, Marta Nercellas, mientras un subordinado suyo espiaba al familiar de una víctima de la AMIA, Sergio Burstein, no es más que una confirmación de la afinidad de un sector dirigencial de autodenominadas “víctimas” con los presuntos victimarios.
Hay momentos en la historia en los que un crimen y su consiguiente proceso judicial, junto con las derivaciones mediáticas, políticas y culturales, se constituyen en un gigantesco teatro donde pueden analizarse los intereses creados, el heroísmo, la traición, los prejuicios, la indiferencia,
la nobleza, el dolor. En esas pocas oportunidades, las reacciones de los políticos, de la prensa y del ciudadano común constituyen un interesante barómetro acerca de la vigencia de la justicia y de las libertades, así
como de la corrupción y de los males del sistema (...)
como de la corrupción y de los males del sistema (...)
Para efectuar una lectura política de la comunidad judía argentina a partir de los años 90 y hasta la actualidad, los atentados y todo lo que se reordenó en torno a ellos –llamémoslo “causa AMIA” para simplificar– constituyen el eje central, a partir del cual al día de hoy continúan teniendo lugar agrupamientos y conspiraciones.
Notablemente, mientras ya se conoce, hasta con día y hora, buena parte de los actos que borraron las pruebas que apuntaban a la posible intervención de agentes de ascendencia siria en las tareas de preparación de uno de los atentados y en la trama de contrabando de armas del menemismo, sólo sigue siendo políticamente correcto acusar a uno de los socios, la República Islámica de Irán.
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En el New York Times del 18 de julio de 2015 se publicó una nota sobre
el aniversario del atentado, Nisman, y la causa AMIA, incluyendo mi
opinión como autor de "Brindando sobre los Escombros".
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