Existen numerosos testigos presenciales serios, concordantes y absolutamente sólidos que dieron cuenta de la producción de dos explosiones, y que afirmaron la inexistencia de la supuesta camioneta Trafic que la historia oficial ubica estrellándose contra la AMIA.
Daniel Joffe es el sobreviviente y testigo más cercano al foco de la explosión. Él, al igual que una decena de otros testigos, afirmó la no existencia de ninguna Trafic. Y él, al igual que otros, fue presionado para que declarara ver lo que no vió.
"No quieran cambiar mi versión, porque yo estuve allí" sostuvo en forma categórica. "Fueron dos explosiones", explicó Joffe, al igual que muchos otros testigos directos:
Una escueta síntesis de la declaración de Joffe en el juicio oral por el atentado a la AMIA llegó milagrosamente a los medios el 31 de octubre de 2001. El diario "Clarín" fue a nivel mediático un socio clave para el corrupto juez Galeano y la falsa Historia Oficlal. Según testigos, esa articulación se produjo mediante un pacto celebrado entre el medio y el juez días después del atentado: LA PATA MEDIÁTICA DEL ENCUBRIMIENTO No obstante, en algunas pocas ocasiones se filtraron informaciones reales, divergentes de la historia oficial.
En los meses posteriores, Joffe anduvo por varios programas de televisión. "No hubo ninguna Trafic. Estoy convencido", dijo en uno de ellos, que se exhibió ayer en la sala. Ayer, sin embargo, eligió una postura mucho más prudente: "A mí no me consta que la bomba estuviera en el volquete porque no tengo pruebas".
El electricista dijo que, cuando se produjo el estallido, alcanzó a ver "una llamarada", que venía desde adentro del edificio. Más concreto en este sentido fue una persona que estaba en la otra cuadra de la AMIA, Gabriel Villalba, quien contó que estaba muy pendiente del tránsito porque tenía su auto estacionado en doble fila), y que no vio ninguna Trafic. Como Joffe, recordó haber visto una llamarada saliendo desde la AMIA”. (http://edant.clarin.com/diario/2001/10/31/p-02201.htm ) .
Fs. 11 de la causa: "Siendo la hora 13:40". Tres horas y cuarenta siete minutos después de las explosiones y el derrumbe, las fuerzas policiales implicadas en el encubrimiento pusieron la Trafic en el expediente, y ordenaron "lograr testimonios hablados de parte del personal policial accidentado en el hecho, con el objeto de certeza en cuanto a la información vertida".
LA PILA DE BOLSAS EN LA ENTRADA DE AMIA
El asombrado escribiente de la comisaría le siguió pidiendo detalles a la sobreviviente. Y Luisa los tenía:
Adriana Mena al momento del atentado trabajaba en un local de imprenta y fotocopias ubicado exactamente enfrente a la AMIA (Pasteur 630). Pero curiosamente nunca antes, hasta finales de 2001, había sido llamada a declarar. El 18 de julio de 1994, momentos antes de las explosiones, Mena estaba sentada de frente hacia la calle, hablando con dos personas que se encontraban sentadas mirándola a ella. La puerta del local era de vidrio. Su visión abarcaba la entrada de la AMIA, pero no vió la Trafic ni ningún vehículo entrando a la mutual. De pronto, la explosión, sintió el ruido y cerró lo ojos. Oscuridad, escombros, “y las dos personas que estaban conmigo ya no estaban más”, dijo. Una de esas personas era su pareja desde hacía siete años.
“Salí, ví gente que gritaba, no entendía nada. Ahí comprendí que fue una bomba”. A su jefe, Guillermo Galarraga, lo encontró muerto.
La testigo contestó que conocía el edificio de la AMIA, porque había concurrido en algunas oportunidades a llevar facturas por trabajos realizados para prensa de la DAIA, que funcionaba allí.
Recordó que en dos ocasiones vió que evacuaban la AMIA, saliendo el personal a la calle. Su reacción fue “cerrar la puerta con llave”, en lo que ahora consideró ingenuidad de su parte.
La abogada Martha Nercellas de la DAIA, con el objetivo de relativizar su testimonio sobre la inexistencia de una Trafic en la escena del crimen, le preguntó si cuando habla con alguien lo mira a los ojos o presta atención a otras cosas, a lo que Mena respondió
que cuando habla con alguien acostumbra mirarlo a los ojos, y que así lo hacía cuando conversaba
instantes antes de la explosión. “Pero
así como ahora estoy hablando con usted y mirándola, si se mueve la cámara que está detrás suyo yo
me voy a dar cuenta”, contestó visiblemente molesta.
También presencié la declaración de Gabriel Villalba, y en mis notas tomadas en la audiencia registré que al momento de la explosión se encontraba a la altura del 750 de Pasteur (en la cuadra siguiente a la AMIA), frente a la casa de equipos odontológicos donde trabajaba. Afirmó que se daba cuenta que el patrullero policial que se encontraba estacionado en la cuadra de la AMIA no funcionaba, que estaba siempre en el mismo lugar (como efectivamente se probó).
Momentos antes de la explosión afirmó haber visto dos policías en dos de las esquinas de Pasteur y Viamonte.
Se encontraba finalizando una tarea de carga en una camioneta marca Dodge estacionada en doble fila, por lo cual dijo que miraba atento en dirección al patrullero. También manifestó que observaba hacia allí esperando la posible aparición de una Trafic como las utilizadas entonces para poner “cepos” a los vehículos y labrar infracciones de tránsito.
Villalba había ayudado a cargar el flete con un equipo odontológico que incluía un sillón profesional y partes del equipamiento de un consultorio, que debían llevar a San Miguel. Se salvó de los vidrios y la mampostería que volaron por los aies y cayeron dónde estaba al refugiarse debajo del “buche” de la camioneta de carga, que sobresale hacia delante.
Si bien su visión de Pasteur al 600 puede haber estado parcialmente obstruída por la camioneta de pan Sacaan (referida por el testigo Terranova) y por el automóvil de Joffe, Villalba divisaba toda la calle y no vió la Trafic. Y afirmó rotundamente: “estaba mirando hacia el patrullero, veo la primera explosión, y luego la segunda, donde sale una llamarada de la AMIA; la primera fue de abajo hacia arriba”.
"QUE DIOS ME PERDONE, PERO YO NO VI NINGUNA TRAFIC"
En términos similares declaró la testigo María Josefa Vicente , quien vivía
el 18 de julio de 1994 y desde el año 1979 en Pasteur 594, piso tercero,
departamento F. Este edificio abarca la esquina de Tucumán y
Pasteur, en diagonal a la mutual ubicada en Pasteur 633. Desde su balcón se divisaba el
frente de AMIA (a solo 30 metros) y el resto de la cuadra. También detalló las dos explosiones.
La testigo refirió que, desde momentos antes, estaba en el balcón esperando a “la chica” que realizaba tareas domésticas en su casa. Sucede que, según dijo, no funcionaba el portero eléctrico y había quedado en que la empleada se pararía en la vereda de enfrente (impar, como AMIA). La esperaba alrededor de las 9,30 horas.
Un muchacho vecino del edificio bajó, y lo vió caminar rumbo a la parada del colectivo 95, que venía por Tucumán. Pensó en llamarlo desde el balcón para que deje abierta la puerta de entrada, pero no lo hizo porque sabía que el vecino se dirigía apurado a su trabajo.
Había un coche marca Dodge color naranja desde hacía varios días cerca de la puerta de la AMIA, todo abollado y despintado. “Dentro del Dodge dormía gente, pienso que sería de la custodia”, especuló la testigo. Vio a los policías que se acercaron al coche y luego se fueron caminando en dirección a la calle Viamonte. Antes pasó un patrullero, “que sería para cambiar la guardia”, consideró. O para avisarles a los custodios que se fueran, sería otra posibilidad.
Vicente vio venir el colectivo 95 (hacia Pasteur) y de pronto sintió un estallido, que en ese primer instante ella creyó que fue el neumático del transporte. Subió un humo blanco, que pareció salir desde arriba de la AMIA, y de inmediato una explosión enorme que a ella la tiró pero no hacia adentro de su departamento, sino como succionándola hacia la calle. Trató de levantarse y un nuevo viento y humo la vuelve a tirar.
Llamó a los gritos al marido que
permanecía dentro del dormitorio y a quien se le había caído un ropero encima,
diciéndole “¡un terremoto!”, a lo que el marido le contestó:
“¡ma qué terremoto, es una bomba!”. La puerta de su casa voló
con la explosión, pero a ella no le pasó nada grave.
Ayudó a una vecina que estaba “con la cabeza abierta”. Inmediatamente
después de la explosión, la testigo vió a
pocos metros de la AMIA que ya había una ambulancia con una cruz roja en el
techo: se trata de la misteriosa ambulancia vinculada a militares carapintadas reconocida por otros testigos.
“Yo, cuando hablan que hubo
una camioneta, o una Trafic ... que Dios me perdone, pero yo no ví
ninguna Trafic”, afirmó Vicente bajo juramento.
“Hubo un guardabarro de automóvil en un patio interno del edificio que nadie lo recogía, de color oscuro,; estuvo como seis días. Después no sé que pasó”. Vicente dijo que también había tuercas y otros restos de automóvil.
Más dramática fue la declaración de Rosa Montano de Barreiros, mamá del pequeño Sebastián, muerto en el atentado. "Mamá, ¿por qué está ese
auto parado ahí, en medio de la calle?", fue lo último que preguntó
Sebastián, de 5 años, a su mamá segundos antes de las
9.53 del 18 de julio de 1994, cuando ambos pasaron por la puerta de AMIA rumbo
a un hospital. A 15 pasos de la mutual, Rosa sintió "un viento" que
la levantó y desprendió a Sebastián de su mano derecha.
El día de su declaración ante el Tribunal Oral integrado por los jueces Gerardo Larrambebere,
Miguel Pons y Guillermo Gordo, vimos entrar a Rosa Montano resuelta, sin mirar hacia el sector donde estaban
sentados los principales acusados de integrar la supuesta "conexión local" del
atentado, Telleldín y Ribelli. Sus abogados sólo arriesgaron dos preguntas
medidas.
Su relato claro, preciso, de cómo murió su hijo instauró el silencio absoluto
en la sala de audiencias y lágrimas en algunos abogados querellantes, fiscales
e incluso, integrantes de los equipos defensores.
Es que, pañuelo en mano y calmada aunque sollozando, la madre de la víctima más
pequeña del ataque terrorista y una de las sobrevivientes que más cerca estuvo
de Pasteur 633 revivió cada paso que dio con su hijo de la mano y cada minuto
posterior hasta que se enteró en el hospital de la muerte del pequeño.
"Yo preguntaba a mis familiares por qué estaban todos conmigo en vez de
cuidarlo a él, hasta que me explicaron que por él ya no se podía hacer nada y que
ahora tenía que mejorar yo. Ni siquiera pude enterrarlo", contó en el
momento más triste del relato. En lo que a la investigación judicial concierne,
coincidió en varios puntos con otros testigos, como el electricista Daniel
Joffe y Gabriel Villalba.
A los tres los sorprendió el escaso tránsito en la cuadra de Pasteur al 600, en
un horario central para un día lunes. La mañana del atentado, la mujer también
posó su vista en el patrullero de custodia en AMIA, que estaba sin ocupantes.
"Pensé que tal vez habían ido a intervenir en algún robo", recordó, y
se fijó entonces en el auto parado en doble fila de otro testigo, el electricista Joffe.
"El nene me preguntó por qué estaba así, en la mitad de la calle, y le
dije que porque estaba descompuesto y un señor lo arreglaba", recordó
entre lágrimas la mujer, que quedó con un brazo maltrecho como consecuencia del
atentado. Fue su último diálogo. Rosa no vio ni escuchó a sus espaldas ninguna aceleración, chirrido, impacto, o ruido de ningún vehículo. Lo mismo me dijo en una reunión con otras familiares de víctimas.
Varios otros testigos fiables que estaban en las inmediaciones mirando hacia la zona de AMIA declararon en similar sentido: no vieron ninguna Trafic.
Por ejemplo, el barrendero Juan Carlos Alvarez:
Nueva Sión, setiembre 2003
En el siguiente breve fragmento, el dramático testimonio de Gustavo Alvarez, hijo del sobreviviente y testigo "molesto" Juan Carlos: a su padre no solo lo abandonaron, sin que lo mantuvieron drogado por años.
Para armar una escenografía distinta apareció una testigo, vinculada a la Policía Federal, quien afirmó de un modo absolutamente inverosímil y harto contradictorio haber visto la Trafic, y hasta haber mirado a los ojos a su conductor. Con ella, la querella de DAIA y la historia oficial pretendieron obtener un reconocimiento dibujado del fantasmal "conductor suicida" Ibrahim Hussain Berro: la fantasiosa Nicolasa Romero (1). Cuatro años después (si, años después) plantaron un segundo "testigo" más falso que dólar amarillo (2), pero se confundió y dijo que la supuesta Trafic venía desde Corrientes derecho por Pasteur, a diferencia de Nicolasa (que dijo que venía por Tucumán y dobló por Pasteur). Pese a ser relatos contradictorios entre sí (además de absurdos), se pretende que hubo dos testigos de la Trafic.
La bochornosa historia de Hussain Berro y de los restos que supuestamente pertenecerían a esa persona fue desmentida en noviembre de 2017 por análisis genéticos realizados por el FBI (ver: LA VERDURA DE NISMAN )
Ante
tal circunstancia, el Tribunal también concluyó que no se podía afirmar
que la camioneta que explotó en la puerta del edificio de la AMIA fuera
la misma que fue estacionada el viernes previo al atentado en el
estacionamiento de Jet Parking ubicado en las cercanías del edificio de la AMIA.
Horacio Ángel Lopardo –oficial de la División Investigaciones del Departamento Explosivos y Riegos Especiales de la Superintendencia de Bomberos de la Policía Federal Argentina- había suscripto el acta y había declarado durante la instrucción haber visto el momento en que el motor fue hallado. Sin embargo, durante el debate oral manifestó que las cosas no habían sucedido como dejó asentado en el acta.
En el acta había dejado constancia que en presencia de los testigos se procedió al secuestro de restos de motor que “fueron avistados al ser volcados en un camión, por la pala de una máquina retroexcavadora que conjuntamente con escombros los levantara de aproximadamente a (10) diez metros de la línea municipal de edificación, lateral derecho del predio de la AMIA”. Sin embargo, durante el debate, Lopardo aclaró que el momento del hallazgo no fue presenciado por él y juzgó improbable que hubiera sido presenciado por los testigos que suscribieron el acta.
Los supuestos testigos del hallazgo que firmaron el acta fueron Gustavo Hernán Moragues y Pablo Marcelo Garris. Lopardo mismo ya había revelado que les pidió que firmaran el acta a pesar de saber que no había presenciado el hallazgo.
El primero de los testigos manifestó ante el juez instructor las circunstancias en las cuales fue hallado el motor. No obstante al momento de prestar declaración ante el Tribunal Oral reconoció que no recordaba haber visto el lugar en el que se halló el motor, ni haberse acercado al edificio de la mutual cuando fue hallado, ni haber advertido la presencia de una excavadora, todos extremos que figuraban en sus anteriores manifestaciones. Tampoco recordó si el motor había sido levantado con una máquina, ni las circunstancias que rodearon la suscripción del acta.
Pablo Marcelo Garris, al momento de declarar ante el Tribunal Oral, dijo –contrariamente a lo sostenido en su declaración durante la instrucción- que vio desde unos 35 metros que una pala contenía entre escombros una cosa negra. Manifestó haberle dicho al empleado del juzgado que no había visto el momento en que se extrajo el motor, recibiendo como respuesta que no se preocupara ya que su declaración era tan sólo un trámite.
Los
miembros del Tribunal concluyeron que las manifestaciones de los
testigos del acta “por su palmaria divergencia con la versión que
aportaron en la etapa anterior, revisten escaso valor convictivo” y
advirtieron que las circunstancias consignadas en el acta “no reflejan,
en modo alguno, lo realmente acontecido; extremo que el propio Lopardo
admitió al señalar que asentó en el documento circunstancias que, en
realidad, le fueron contadas por quienes participaron del hallazgo a los
que –para mayor sorpresa- no pudo identificar”.
En conclusión, declararon la nulidad del acta y ordenaron que se investigara la presunta comisión del delito de falsedad ideológica de documento público, en el que habrían incurrido Garris, Moragues y Lopardo.
Descartada la versión del acta –y en vista de la declaración de algunos otros testigos- no se había podido determinar quien (y en presencia de qué testigos) había efectivamente hallado el motor entre los escombros".
Anulada por falsa el acta de hallazgo del motor, el juicio "se caía". Hasta que, sobre la marcha, se aceptó la comparecencia de personal israelí que trabajó en tareas de rescate, y asumió haber encontrado el trozo de motor:
"Finalmente concurrieron a prestar declaración testimonial los miembros del Ejército Israelí quienes explicaron las circunstancias en las que fue hallado el motor de la camioneta. A pesar de la nulidad del acta, en función de estas declaraciones y de diversas pruebas y pericias, el Tribunal tuvo por acreditado el hallazgo del motor".
Tantos esfuerzos dieron sus frutos: la Trafic quedó a salvo.
¿Todo esto significa que no hubo ninguna Trafic en la trama terrorista?. No. Puede haber cumplido cualquiera de estos roles, e incluso más de uno: 1) transporte de los explosivos a un lugar seguro, previo a su uso en la AMIA; 2) señuelo para desvío de la investigación; 3) utilización de piezas para diseminarlas en la zona, incluso con los explosivos. Con sus mentiras y sus silencios, Telleldín continúa encubriendo a los criminales.
¿Significa que no hubo iraníes en la empresa criminal?. Tampoco, tal como se explica más abajo.
El gobierno de Menem y sus aliados de Israel y EEUU tenían suficientes motivos para imponer una versión falsa del atentado, en lugar de otra que hubiera dejado a la vista los negocios que los vinculaban con los terroristas, en el gigantesco operativo de contrabando de armas que tuvo vértice en Buenos Aires entre fines de 1991 y principios de 1995. Allí participaron fuerzas de seguridad y de inteligencia, políticos y agentes de países extranjeros, con suculentas ganancias para una red de cómplices que mantenía la boca cerrada. Intereses políticos, lavado de dinero y negocios bancarios iban de la mano.
LA TRAMA
Ese gigantesco y peligroso contrabando de material bélico se llevó con la participación de agentes sirios e iraníes, militares argentinos y criminales nazis croatas. Argentina era un actor central en el tráfico clandestino de armas y explosivos hacia la región de los Balcanes, prohibido por las Naciones Unidas. Como parte de los pretendidos esfuerzos de pacificación en la ex Yugoslavia, Argentina envió Cascos Blancos, mientras Estados Unidos se obligaba a garantizar el cumplimiento del embargo de armas, que en realidad necesitaba que fuera violado para apoyar a los croatas en su lucha por independizarse de la República Federal Socialista de Yugoslavia, y acelerar su proceso de desintegración. Proceso que fue inmediatamente respaldado por Alemania, el Vaticano y Argentina, entre los primeros que reconocieron la independencia de Croacia.
A diferencia de los croatas, sus vecinos musulmanes bosnios, también asediados por los serbios -y en ocasiones por los propios croatas- carecían de armas y medios de resistencia. Su defensa fue encabezada por Irán, que llamó a los musulmanes del mundo entero a comprometerse en la lucha, y que aportó muchos millones de dólares para la compra de armas para ellos.
Ese operativo contó con el auspicio y el secreto apoyo de los Estados Unidos, que en la zona de los Balcanes incluso habilitó el ingreso de combatientes de Hezbollah para enfrentar a los serbios, tal como fue comprobado por diferentes investigaciones realizadas en años siguientes, que incluso llegaron al Congreso norteamericano.
En
esa ruta de las armas, la participación del temible traficante
sirio Monzer al Kassar fue central y decisiva.
Al Kassar se trasladó a la Argentina, donde
funcionarios del gobierno de Menem rápidamente falsificaron antecedentes,
ocultaron su grueso prontuario criminal vinculado al terrorismo,
y le otorgaron un falaz certificado de residencia, documentos y
pasaporte argentinos. En esa maniobra, y en la protección ulterior del traficante, fue determinante
la actuación de la Secretaría de Población que bajo gobierno de Menem dependía
entonces del funcionario Germán Moldes: al-kafka-ssar-amia-un-fiscal-de-novela/
Al
Kassar se convirtió en representante del gobierno de Menem para la venta de
armas y explosivos. Las destinadas a salir de contrabando hacia Croacia
y Bosnia, se acumulaban en contenedores con miles de toneladas,
principalmente en el puerto de Buenos Aires,
a 15 minutos de la AMIA. Allí tenía su depósito el experto en explosivos nacido en Líbano Nassib Haddad, dueño del volquete dejado en la puerta de la
mutual instantes antes de las explosiones. Casi en simultáneo con las bolsas descargadas de una camioneta.
Por
su parte, funcionarios iraníes y croatas
compartieron domicilio en las oficinas de la agencia marítima Turner en el
microcentro porteño, encargada por el gobierno de Menem de los papeleos para los
sigilosos despachos clandestinos. Miembros de la familia política del presidente, centralizaban el cobro
de millonarias comisiones, en cuentas
bancarias administradas por diversos banqueros, algunos de gran predicamento en la comunidad judía.
Un alto diplomático y comprador iraní fue locatario de un dirigente de la DAIA, contrato que gozó de la garantía de la Embajada de Irán. Y, tal como se reveló en el juicio por el encubrimiento, existían relaciones promiscuas entre agentes de la SIDE y los sospechosos iraníes (en la nota LA SIDE Y LOS IRANÍES puede verse un video del juicio donde se explica el escandaloso tema).
En ese contexto de criminalidad que además abarcaba a fuerzas de seguridad e inteligencia, se produce la voladura de la AMIA. ¿Permitirían los implicados en la red ilegal que se investigaran las más que probables vinculaciones de esa trama en la que participaban -por entonces oculta- con las explosiones en AMIA?. La respuesta es obvia.
(1) María Nicolasa Romero, enfermera del hospital de la Policía Federal Churruca. afirmó haber visto una Trafic, ratificando su declaración brindada discretametne con Galeano. Pero en el juicio oral en 2001 se mostró nerviosa, recurriendo reiteradamente al “no me acuerdo”. Romero dijo que la camioneta pasó despacio frente a ella en la esquina de Tucumán y Pasteur, pudiendo entonces ver la cara del conductor, al que describió como de tez morena, ojos grandes y cabello corto, tipo militar. Para apreciar todo esos detalles fisonómicos del conductor, la camioneta debió circular a muy baja velocidad "Me miró cuando giró" de Tuicumán a la derecha para tomar Pasteur. Descripción extraña, por cuanto el volante del conductor no se encuentra del lado cercano a la vereda. Ese vehículo con cuyo conductor casi podría haber intercambiado unas palabras, sería el que -cargado con cientos de kilos de peso explosivo como se dice que estaba- debería haber podido acelerar como un cohete, tras doblar, en los 25 metros de Pasteur que quedaban para estrellarse con fuerza suficiente contra la entrada de la AMIA...
Después de la explosión, con la cual "quedaron cubiertos de polvo", Nicolasa Romero dijo que siguió caminando para llevar a su hijo al jardín, y regresó a su casa a bañarse y descansar. Afirmó que su hijo incluso recibió “una esquirla” en una nalga, aunque al ser repreguntada luego dijo que en realidad la misma estaba ubicada "en la campera" del niño...
(2) El testigo Carlos Rigoberto Heindeireich se presentó por primera vez a declarar cuatro años después del atentado, tras "recordar" haber visto una Trafic. Luego, declaró en octubre de 2001 ante el Tribunal Oral, de donde tomé las siguientes notas. Se desempeñaba como encargado del edificio de Pasteur 724 a la fecha del atentado. Al presentarse ante el Tribunal, ante las distintas preguntas de las partes y los jueces, quedaron expuestas varias contradicciones, que el testigo atribuyó al paso del tiempo. Además, expresó estar apurado para volver a su trabajo, porque “no avisó” que concurría a declarar. Según refirió, la mañana de la explosión estaba en la vereda conversando con una vecina, y cuando cruzó la calle hacia la esquina de Pasteur y Viamonte, vió una camioneta cerca de la esquina de Tucumán. Luego de doblar la esquina de Viamonte y “más o menos un minuto después” de haber visto la camioneta, Heindenreich fue alcanzado por la onda expansiva de la explosión y arrojado dentro de un edificio. Consultado sobre el modelo y marca del vehículo, el testigo dijo que era una “Trafic común”, sin poder precisar si tenía abolladuras en el costado, tal como había dicho en la instrucción, diciendo ahora que podía haber sido el “brillo” de un reflejo que lo confundió. No pudo asegurar si el rodado que transitaba por Pasteur , había llegado a la intersección con Tucumán. Entonces, para “partir la diferencia” lo ubicó en el cruce, aunque dijo que “apenas miró”, que “fue un golpe de vista”, y que cuando leyó en los medios que había sido hallado el motor de una Trafic, lo relacionó con su visión de segundos antes de la explosión. Su "visión" contradice la de Nicolasa Romero, que declaró que la Trafic venía por Tucuimán, no por Pasteur. En la terraza del edificio de Pasteur 724 en el cual trabajaba, se encuentra el departamento del encargado. En esa misma terraza se instalaron poco después del 18 de julio de 1994 cámaras filmadoras con las cuales durante tres años la Policía Federal filmaba los actos conmemorativos del atentado a la AMIA que se desarrollaban frente a Pasteur 633. En una oportunidad, refirió que quisieron subir otros agentes, pero que él no les permitió porque “tenía miedo que se agarraran a los tiros”. Tras esa convivencia semanal con los policías filmadores, al cuarto año al testigo le afloró el recuerdo y se ofreció a declarar. Preguntado por los defensores, reconoció que antes de su primera declaración no comentó con nadie haber visto una Trafic.
La presente nota puede ser reproducida libremente, consignando la autoría y la referencia a este blog.
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