Mi nota para la revista "CONVERGENCIA" del mes de abril:
La denuncia de
Nisman contra la presidenta y el canciller Timerman, y la investigación de su muerte, han venido a sumarse como dos nuevos
escenarios para operaciones políticas de cabotaje y también de alto vuelo, al igual que ocurriera con las pesquisas de
los atentados a la Embajada
de Israel y a la AMIA.
Es notable -pero
no sorprendente- advertir en buena parte
de los factores de poder, y
especialmente del establishment comunitario,
que mientras se muestran indignados y encolumnados respaldando la endeble
acusación de Nisman hacen “mutis por el foro”
respecto de la causa por el escandaloso encubrimiento ya verificado en
detalle, con procesamientos firmes
confirmados por la
Cámara Federal, y que ha
languidecido esperando desde hace años el comienzo del demorado juicio
oral. Proceso en el que entre otras
irregularidades, se indagará sobre las
razones que motivaron el ocultamiento de la llamada pista siria o
sirio-iraní-local, sentando en el
banquillo al ex presidente Menem, el
comisario “Fino” Palacios, el destituido juez Galeano, su mentor y jefe de la SIDE Jorge
Anzorregui, y dos altos funcionarios de
los servicios de inteligencia y
policiales: Juan Carlos Anchézar
y Carlos Antonio Castañeda. Además,
esperan el juicio oral los ex fiscales Mullen y Barbaccia, y el ex presidente
de la DAIA Rubén
Beraja, entre otros, con relación a la coima de más de US400.000
pagada a Telleldín para comprarle una declaración falsa con los mismos
propósitos desviacionistas.
Los
principales imputados por el encubrimiento, y la espantosa causa AMIA, fueron fervorosamente defendidos una y otra
vez por la institución que se arroga la “representación política de la
comunidad judía”, y que hoy marcha en primera fila como presunta heredera del
fiscal muerto. A lo largo de los
años, su consigna unificante ha sido “no
hay que investigar la investigación”. Sus ex presidentes, incluyendo al propio
Beraja, volvieron al escenario y se reunieron en estado de "asamblea
permanente", convocados por el ex titular de DAIA Jorge Kirszenbaum.
Pero, como en estos temas ha sido abolido el
principio de no contradicción, se soslaya
que la causa por irregularidades y por el encubrimiento de la pista
siria y local (que no descarta la participación de agentes iraníes), había sido puesta en marcha por el propio fiscal Nisman mediante
una acusación que le valió una reprimenda de la Embajada de los Estados
Unidos, ante lo cual se disculpó y nunca
más volvió a persistir por ese camino.
Es interesante recordar que el pedido de procesamiento de esos involucrados en el encubrimiento, presentado por el fiscal el 22 de mayo de
2008, motivó al día siguiente un
encuentro reservado entre el operador político de la DAIA Alfredo Neuburger
y miembros de la embajada de Estados Unidos. Según un cable de Wikileaks,
Neuburger les dijo a los funcionarios que el pedido de procesamiento a Menem y
otros por el encubrimiento es en realidad un intento del gobierno de sacar de la tapa de los diarios el conflicto con el
campo y la inflación, y transmitió a sus interlocutores en la embajada que la
dirigencia de la DAIA
estaba sumamente preocupada por que la causa AMIA fuera nuevamente usada para
dirimir cuestiones domésticas. En
tándem, el abogado y asesor de DAIA Agustín Zbar llamó al fiscal Nisman para
cuestionar su ímpetu investigativo.
Nisman decidió entonces
querellarlo penalmente porque afirmó haber sido coaccionado por el gestor de la DAIA para que no continuara
investigando en torno a las mencionadas irregularidades de la causa. Según afirmó el fiscal, el hombre lo
habría amenazado telefónicamente, diciéndole que si no paraba de investigar al
destituido juez Galeano y a los ex fiscales “te tiro la comunidad encima”. Ante la querella promovida, se presentaron como defensores de Zbar
los abogados Jorge Kirszembaun (el ya mencionado ex presidente de DAIA, asesor
de Beraja, defensor penal además de Fernando de la Rúa) y Juan José Ávila. Este último actuó en el juicio oral
por el atentado, defendiendo
en nombre de la AMIA
lo realizado por el ex juez Galeano y sus adláteres, codo a codo con la abogada
Nercellas. Las
pruebas de Nisman sobre las presuntas amenazas resultaron insuficientes y la
querella no prosperó, pero
el conflicto quedó en evidencia. En ese
momento, Nisman no era un héroe para la DAIA.
Lo cierto es
que el 1 de octubre de 2009, el Juez Federal Ariel Lijo, en un fallo de más de
300 páginas, dispuso el procesamiento de los imputados por su participación en
maniobras de encubrimiento y eliminación de pruebas de la llamada “pista
siria”, que se urdieron bajo directivas de Carlos Menem y con instrucciones del
hermano presidencial Munir Menem. El
detallado fallo -que por el momento dejó afuera a algún personaje de importancia
como el ex ministro del Interior Carlos Corach-
fue confirmado por los jueces de la Cámara Federal, para disgusto de la dirigencia
comunitaria. Cabe recordar que varios
de los máximos referentes de la
DAIA participaron como testigos en favor del juez Galeano en
su proceso de juicio político, y que
luego desfilaron en apoyo del nombramiento del comisario “Fino” Palacios
postulado por el intendente porteño Mauricio Macri, con la colaboración de su funcionario Claudio
Avruj, ex director ejecutivo de la DAIA.
La pista siria
no se investigó, entre otros motivos, por las razones que recién ahora reconoce
un ex jefe del Mossad:
“El presidente era Carlos Menem, que era primero sirio y
después argentino. En la Casa
de Gobierno, gran parte del trabajo se llevaba adelante en árabe. Es cierto que
Menem vino de visita a Israel, fue muy simpático y se presentó como gran amigo
del país. Pero eso fue sólo para los medios. (…) Es posible que
elementos en la policía o los servicios de seguridad hayan ayudado, directa o
indirectamente, a quienes planificaron y cometieron los atentados” (reportaje de la periodista Jana Beris con el jefe del
Mossad en la época de los atentados en la Argentina, Shabtai Shavit, publicado el 5
de marzo de 2015 en el diario "La Nación").
Si el máximo responsable del reputado
servicio israelí considera que “es
posible que elementos en la policía o los servicios de seguridad hayan ayudado,
directa o indirectamente, a quienes planificaron y cometieron los
atentados”, es inexplicable que los
investigadores locales no hayan profundizado la mirada sobre las groseras zonas
liberadas que antecedieron los dos atentados, y que ni la embajada y las
instituciones afectadas hayan reclamado en ese sentido.
En el libro Mossad, la Historia Secreta (1998)[1], el periodista de
investigación Gordon Thomas refiere la reacción del organismo de inteligencia
israelí al producirse la voladura de la embajada de Israel en la Argentina. El equipo que viajó a Buenos Aires a inspeccionar las pistas del
atentado envió informes muy críticos al titular del Mossad (el mismo del
reportaje de La Nación), mencionando
relaciones superficialmente cordiales con los investigadores argentinos, pero
aludiendo a su asombrosa incapacidad. Citaban
ejemplos de importantes pruebas forenses, como los escombros de la embajada
destruida, removidos y
retirados antes de realizar una adecuada investigación. Más adelante dejarían constancia de
que “la investigación propiamente dicha no se había iniciado hasta seis años
después de la explosión”, lo cual pudo
corroborar la comisión de juicio político a la Corte en el año 2002. Gordon señala que “el
equipo del Mossad empezó a sondear discretamente el pasado del presidente y la
primera dama” y que
descubrieron que “Menem tenía vínculos cercanos con miembros de grupos
terroristas, dentro de la comunidad siria en la Argentina”. Semanas después del atentado, el entonces embajador de Israel en la Argentina, Yitzhak Shefi, comenzó a poner en duda las versiones
que señalaban en forma unidireccional a Irán y a terroristas inhallables como
ejecutores del ataque. Shefi
informó a Tel Aviv que -a
diferencia de lo difundido públicamente- el día de la explosión los dos guardias de seguridad que
normalmente se encontraban frente a la embajada estaban ausentes[2]. Uno de ellos había trabajado
previamente seis años en la embajada siria. “El equipo del
Mossad -refiere Gordon
Thomas- descubrió que
Zulema Menem compartía el lugar de nacimiento -el pequeño pueblo de Yabrud, en
Siria- con una figura bien
conocida para el Mossad. Se
trataba de Monzer Al Kassar, un veterano traficante de armas y drogas cuyo
círculo de amigos abarcaba desde Oliver North hasta Abu Nidal, consagrado
con el título de “gran maestre del terrorismo mundial”. Thomas cuenta que “en Buenos
Aires, el embajador Shefi se había mostrado desdeñoso con el presidente Menem
por ´aferrarse a la idea disparatada de que un grupo neonazi llevó a cabo el atentado´. También acusó a los investigadores
argentinos de ´arrastrar los pies´. Su
acusación era que no sólo Irán estaba detrás de lo sucedido sino que también
Siria estaba implicada. Tácitamente apuntaba a que el presidente Menem debía
responder algunas preguntas. Menem
elevó una protesta ante Shimon Peres”. Shefi
fue entonces llamado “a consulta”, para
no regresar, y fue
reemplazado por Yitzhak Avirán, “un cauteloso diplomático de carrera con fama
de no agitar el bote. Empezó
por calmar los temores de los judíos en la Argentina y apaciguar a Menem y sus
consejeros”, según refiere
el autor de la investigación sobre el servicio secreto israelí. Thomas relata que tras el atentado
contra la AMIA, el
grupo del Mossad que había sido disuelto tras archivarse el caso del atentado a
la embajada fue enviado a Buenos Aires a trabajar en los escombros con perros
entrenados para ese tipo de circunstancias. Como la vez anterior, el grupo del Mossad
llegó y se fue sin conseguir nada. En
privado, sus miembros
dudaban de que alguien en concreto fuera directamente acusado por ninguno de
los dos atentados, y
señalaban ineptitud y obstrucciones por parte de los agentes
locales. Cuando
tiempo después se produjo un cambio en la dirección del Mossad y asumió un
nuevo jefe, Danny Yatom, oficiales
superiores le pedieron reabrir estos casos. Pero el pragmatismo político indicaba
que Siria no estaba entre los objetivos prioritarios, rol ocupado por Saddam
Hussein. Y “reabrir
una investigación que podría muy bien desenterrar desagradables nexos entre el
presidente argentino y la tierra de sus antepasados ya no era una opción
viable. Durante los años
posteriores, Menem había seguido jugando su papel de honesto mediador entre
Siria e Israel. Era mucho
más importante para los amos políticos del Mossad que lo siguiera
haciendo. Se le comunicó a
Yatom que los expedientes de ambos atentados debían continuar cerrados”, afirma Thomas. Y así fue.
[2] En el documental “El Tercero en Camino” del
periodista Shlomo Slutzky, un irritado Shefi señala como ridícula la versión
justificatoria de la ausencia del policía que se dijo estaba
acompañándolo. En realidad, no fue el único efectivo policial que
al momento del atentado desapareció de su lugar asignado en la sede
diplomática. Asesoré como voluntario a la Comisión de Juicio Político a la Corte/ por
la falta de investigación del atentado (2002) y en tal carácter pude compulsar
las declaraciones y actuaciones judiciales. El agente Ojeda
se retiró del frente de la embajada a las 14,15 horas del 17 de marzo de
1992, sin esperar su reemplazo como era su obligación. El
reemplazante agente Chiocchio no concurrió a las 14,00 horas como debía,
ni arribó al lugar cuarenta y siete minutos después, cuando ocurre la
explosión. Tampoco cumplieron con su deber los agentes del móvil policial de la
comisaría 15, Soto, Acha y Laciar, quienes tenían la
obligación de solucionar la ausencia de custodia, pero en cambio se
marcharon raudamente del lugar, invocando un hecho policial que no se
corresponde con el horario.
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