Al momento de la explosión de AMIA, me encontraba en la sede del periódico "Nueva Sión" del que era director, en el barrio de Almagro. Se sintió un gran estruendo y vibraron los vidrios. Recuerdo aún la bandada de pájaros asustados volando por la plaza. Tuve un mal presentimiento, confirmado minutos después por un llamado.
Un taxi, junto a un compañero, rumbo a la zona del desastre, hasta no poder avanzar más. Luego a pie, caminando dificultosamente, para ver un panorama indescriptible, inconcebible. Me recuerdo gritándole con furia a un policía que miraba imperturbable, y mi compañero que no entendía porqué. Yo tampoco sabía, todavía, exactamente porqué.
Vidrios, escombros, sangre, corridas, llantos, miedo, desconcierto, horror, bronca y sensación de indefensión. Los asesinos están entre nosotros.
Listas de heridos y fallecidos. Ir por los hospitales. Búsquedas desesperadas. Desorganización en las tareas de rescate y de preservación de pruebas. Seres queridos que no aparecen.
Amenazas de bomba, y noticias falsas: fue un pequeño "artefacto nuclear". O un "arsenal". O una "interna entre judíos".
Y Menem!. Y Menem...
Saqueos. Si, saqueadores que aprovechaban para robar pertenencias en la zona del desastre, supuestamente custodiada.
Solidaridad. Mucha. De médicxs, enfermerxs, voluntarixs y todo tipo de gente común conmovida por la masacre.
Algunos de los recuerdos que hoy, a 25 años, emergen a borbotones.
Pasada la primera jornada de esa semana terrible, ciertos documentos pasaron a tener relevancia histórica, o emocional.
Como el fax que ilustra esta nota, que conservé desde entonces.