Así sostuvo durante diez años el dogma oficial (1994-2004): una camioneta Trafic fue entregada por un
proxeneta y reducidor de autos a un conjunto de impresentables policías bonaerenses
que se la pasaron a algún grupo terrorista foráneo que la mostró en varios
estacionamientos y la acondicionó como coche bomba, pero no le borró la numeración, para ser finalmente conducida por un
conductor suicida -evaporable- que viajó especialmente desde un lejano país
para consumar el atentado estrellando la Trafic contra la entrada de la AMIA. El juicio oral ante el T.O.F. 3 anuló casi la
totalidad de la causa por su armado mentiroso y malintencionado, y sacó a los policías bonaerenses de la escena
fraguada. Quedó en pie el mismo
escenario, aunque vacío.
Pero, supongamos. Hagamos de cuenta. Que en la madrugada del 18 de julio de
1994, un helicóptero fue visto y oído
por numerosos testigos volando sobre los techos de la AMIA y descendiendo hasta
casi posarse en su terraza mientras iluminaba su superficie con
reflectores.
Supongamos, hagamos de cuenta que ninguna autoridad
reconoce el vuelo de ese helicóptero y que quizás, pudieron haberse dejado en
tal ocasión algunos kilos de chapas y piezas de camioneta Trafic, provenientes de un desarmadero protegido por
jefes de la Federal. U otras cosas.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que pese a la previa voladura de la embajada
de Israel y a la existencia de amenazas concretas dentro y fuera del país, se hubiera dejado como toda custodia de la
AMIA un patrullero sin batería,
estacionado como adorno y eventual dormitorio de efectivos policiales.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que la noche previa al atentado, se hubieran alterado completamente las
guardias policiales, siendo adulterados
los libros de las respectivas comisarías.
Y que, por esa única noche, hubiera sido enviado como chofer del
patrullero que no funcionaba un policía novato que además avisó que no sabe
conducir, y que luego fue amenazado por
sus superiores para que no abriera la boca.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que detrás del patrullero que no funcionaba
fue estacionado un viejo Dodge 1500 propiedad de otro policía, con contenido desconocido en su baúl.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que los servicios de la Policía Federal tenían
un “topo” infiltrado en la comunidad judía,
que informaba a sus superiores cómo era la seguridad de AMIA, personal,
horarios, ingresos y egresos públicos
y privados, hasta con un plano de su
disposición interna.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que el 18 de julio de 1994, minutos antes de las 10 de la mañana, un par de hombres baja rápidamente de una
camioneta una importante cantidad de bolsas de material, similares a las de cal, las apila en el acceso al edificio, sobre el costado derecho, retirándose rápidamente. Y que la antigua ascensorista de la AMIA y
sobreviviente del atentado entra a la institución justo cuando estaban
acomodando las bolsas, unos siete u ocho
minutos antes de la explosión. Y que
alcanzó a marcar su entrada en el reloj de personal a las 9,49 horas, antes de ser sorprendida por el estallido
dentro de un baño de AMIA de donde fue rescatada.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que el 18 de julio de 1994, también minutos antes de las 10 de la
mañana, un camión de una empresa de
volquetes propiedad de un ciudadano de origen libanés, nacido en la misma aldea
dónde vivió el lider espiritual de Hezbollah,
deposita un volquete superpuesto
a otro y formando un doble fondo, junto
al cordón de la vereda de la AMIA,
pasando apenas el centro de la puerta de Pasteur 633, y a su vez carga en el camión el volquete con
poca cantidad de escombros que era prematuro retirar.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que el operario que baja
del camión acomoda delicadamente el volquete “vacío”, con la vista puesta en la recién formada pila
de bolsas de “cal”. Pero que no consta
en los cruces de llamadas que ese volquete hubiera sido pedido, y que,
además, la firma en el remito que
el chofer le atribuyó al arquitecto Malamud,
es falsa al igual que su aclaración.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que los dos policías del patrullero que no
funcionaba, son avisados para que
abandonen el área, tal como ocurrió el
17 de marzo de 1992 con media docena de policías respecto de la embajada de
Israel. Y que, nuevamente,
otros los cubren desprolijamente en sus contradictorias versiones.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que instantes después que el camión de la
volquetera diera vuelta la esquina de Pasteur y Viamonte, a las 9,53 de ese lunes de julio se detona
una carga explosiva oculta en el doble fondo del volquete junto a unos cuantos
kilos de repuestos de Trafic, carga que
direccionada hacia el sector derecho de la entrada ocasiona el estallido de las
pilas de bolsas de material explosivo ubicados en la parte delantera del
edificio.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que el camión que dejó el
volquete tenía instalado un equipo de comunicación por radio conectada con la
central de la empresa, ubicada en
instalaciones del Puerto Nuevo, pegadas al lugar donde se acumulaban armas y
explosivos para el tráfico ilegal de armas a Croacia y a los musulmanes de Bosnia. Y que dicho camión venía en realidad esa
mañana de un extraño terreno fiscal en la calle Constitución, en la misma cuadra de un sirio muy cercano a
Menem e incluso a Al Kassar, baldío
cercado y administrado a voluntad por el médico y confidente de Menem, en la zona de residencia de la “banda de los
comisarios”. Y que dicho ciudadano de origen sirio de esa
cuadra de la calle Constitución allegado a la familia Menem, realizó un injustificado llamado a Telleldín
el domingo 10 de julio de 1994, teniendo
en su agenda además el teléfono de Mohsen Rabbani.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que esa misma empresa del ciudadano libanés
que dejó el volquete en la puerta de la AMIA, además adquirió y almacenó en
semanas previas al atentado varios miles de kilos de explosivo amonal y de
detonantes, adquisiciones que no pudo
justificar con sus actividades mineras pese a la certificación extendida en su
favor por un coronel. Y que ese coronel
está condenado por su participación en el grupo del presidente riojano que
contrabandeó armas a Croacia, Bosnia y Ecuador. Y que,
según se acreditó en otras investigaciones judiciales, voló intencionalmente
la fábrica militar de Rio Tercero para borrar pruebas del tráfico de armas.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que después del derribo de la AMIA, los camiones con volquetes de la misma
empresa del ciudadano libanés volvieron a ingresar varias veces a la zona del
desastre “para colaborar”.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que inmediatamente
después del estallido, derrumbe y
consiguiente masacre, los
“investigadores” ya tenían la consigna
de buscar sólo piezas de Trafic blanca,
y de desechar cualquier otra cosa.
Y que esa orden la tuvieron antes aún del “hallazgo” del pedazo de motor
numerado que fuera identificado como perteneciente a una Trafic y que llevara a
la captura de Telleldín y luego los policías bonaerenses.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que la historia oficial
explica que se llega a Telleldín a partir del descubrimiento de un trozo de
motor con la numeración intacta, que los
torpes terroristas habrían omitido borrar.
Pero que los teléfonos de Telleldín se ordenan intervenir con
anterioridad a la supuesta aparición de ese
trozo de motor entre las ruinas,
como adivinando que se iba a encontrar ese pedazo de motor numerado que
llevaría a Telleldín.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que los teléfonos del acusado diplomático
iraní Mohsen Rabbani se encontraban intervenidos desde 40 días antes del
atentado, y que tenía un chofer que era
agente de la SIDE. Y que agentes
iraníes pagaron al entorno de Menem por armas para los musulmanes bosnios con
el visto bueno norteamericano, país que
en cambio se oponía a la transferencia de tecnología nuclear también pagada, y prometida
y luego cancelada por el riojano.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que además el acta de hallazgo de ese trozo
de motor es falsa y viciada de nulidad,
y que en el juicio oral se demuestra que los que allí firmaron diciendo
que presenciaron el momento del hallazgo en realidad no presenciaron nada, con lo cual no se sabe cómo apareció. Y que
entonces, en pleno juicio oral, se modifica la escena del hallazgo y se llama
a un militar israelí para que diga que en realidad él fue quien lo encontró.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que hubo varios y muy diversos testigos
presenciales del exacto momento de la explosión, que no vieron ninguna Trafic, desde una señora asomada a su balcón a la
espera de su empleada doméstica, hasta un
empleado de un comercio de Pasteur al 700 que tenia su camioneta en doble fila
y temía la aparición de una de las Trafics destinadas a labrar infracciones de
tránsito, pasando por varias víctimas
sobrevivientes. Y que algunos de ellos
fueron presionados para que dijeran haber visto una Trafic.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que el juzgado de instrucción, los fiscales y la querella de la DAIA/AMIA
dejaron fuera de la causa todo lo que les desvirtuaba la historia oficial, y numerosos testigos presenciales recién
fueron llamados muchos años después cuando a fines del 2001 comenzó el juicio
oral y debían declarar en el Tribunal.
Entre ellos, dos colectiveros
afectados por la onda expansiva, que por
la ubicación en que quedaron sus grandes vehículos hubieran hecho necesaria una
arriesgada maniobra previa de sobrepaso por parte de la supuesta Trafic bomba
en una calle angosta, como lo son tanto
Tucumán como Pasteur. O una sobreviviente de un negocio de la
vereda de enfrente a la AMIA, que se
encontraba sentada dentro del local y
con su mirada hacia el frente vidriado.
Y muchos otros más.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que la consigna de la “investigación” hubiera sido a nivel local no salpicar a la
Policía Federal, SIDE ni a miembros de
la mafia menemista, y se hubiera
decidido echarle todo el fardo a la policía provincial corrupta del enemigo
Duhalde. Y que a nivel internacional se
hubiera “sugerido” evitar tocar cualquier pista que alterara el tráfico de
armas, o que implicara a jerarcas
sirios, inconveniente no solo por los
vínculos con la familia presidencial sino también por la coyuntura de Medio
Oriente.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que la “investigación” fue manejada por
agentes de inteligencia abiertamente antisemitas y nazis, que apenas disimulaban su satisfacción por la
mortal efectividad del atentado. Y que
“la causa” se constituyó en una
formidable fuente de viajes y fondos reservados.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que algunos traficantes internacionales de
armas, droga y dinero sucio
contribuyeron a amasar varias de las más importantes fortunas menemistas, penetrando además el aparato de seguridad del
Estado. Y que el menemismo finalmente
desarrolló la tan ponderada “teoría del derrame” económico, cuando esas mismas
fuentes de poder y dinero manchado de sangre se volcaron sobre funcionarios del
gobierno y las arcas de algún banquero
comunitario y sus adláteres.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que el banco de ese dirigente comunitario
comienza a recibir cientos de millones de dólares del gobierno, en base a su carisma y credibilidad en la
colectividad. Y que como contrapartida
ese dirigente judío se compromete a disciplinar a la comunidad, a acallar las críticas al gobierno y a
sostener la historia oficial.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que ese banquero judío, otros dirigentes
comunitarios, y sus abogados en la causa
consienten el pago impulsado por el juez y el gobierno de U$ 400.000 y U$ 5.000
por mes durante dos años al delincuente Telleldín para que éste acuse a los
policías bonaerenses. Y que cuando
trasciende el tema, esas mismas personalidades de la colectividad se encargan
de desacreditar a los pocos periodistas que se interesan en desentrañar estas
tremendas irregularidades, y de combatir
a los pocos dirigentes políticos “populistas” que osaron reclamar la
investigación de esos desvíos.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que cuando el
banquero-dirigente fue abucheado por una multitud en el acto del tercer
aniversario del atentado, dejó de ser
útil al gobierno, y comenzó su
caída. Y se aceleró el vaciamiento del
banco hacia cuentas y empresas de su banda,
que incluyó la evaporación de casi 300 millones en unas pocas
semanas, dejando un tendal de
damnificados.
Supongamos. Hagamos de cuenta. Que parte de lo expuesto precedentemente
fuera verdad evidente y ya comprobada, y
otra buena parte pudiera investigarse y acreditarse. Sería un horror, y un desprestigio para muchos.
Menos
mal que Menem, Corach, Anzorreguy, Galeano y sus fiscales, Beraja,
Nercellas, Dobniewski, y todos sus
interesados incondicionales como Hercman, Borger, Kirszenbaum, Zbar, Cohen
Sabán, y ahora a su modo Garavano y Macri, durante estos largos años sostuvieron contra
viento y marea que esos detalles menores son sólo burdas patrañas, inventadas por los defensores de los policías
bonaerenses o pòr el kirchnerismo. El
honor ante todo.
*(Publicado en revista Convergencia N°70, de julio 2018. Basado
en los libros del autor “La Explosión”, Sudamericana 2017, "Iosi, el espía arrepentido" (en coautoría con Miriam Lewin) Sudamericana 2015, y “Brindando sobre los Escombros. La dirigencia
judía y los atentados: entre la denuncia y el encubrimiento”, Sudamericana
2012, que a instancias de varias
querellas fue incorporado como prueba en el juicio por encubrimiento del
atentado que se desarrolló ante el T.O.F 2).
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