BRINDANDO SOBRE LOS ESCOMBROS

LA CENSURA QUE DERRIBÓ UN CANAL

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  Información contra el encubrimiento. A 30 años del atentado a la AMIA, la impunidad y el ocultamiento de lo sucedido tiene responsables. E...

lunes, 16 de julio de 2018

NO ME TOQUEN LA HISTORIA OFICIAL



Así sostuvo durante diez años el dogma oficial (1994-2004):   una camioneta Trafic fue entregada por un proxeneta y reducidor de autos a un conjunto de impresentables policías bonaerenses que se la pasaron a algún grupo terrorista foráneo que la mostró en varios estacionamientos y la acondicionó como coche bomba,  pero no le borró la numeración,  para ser finalmente conducida por un conductor suicida -evaporable- que viajó especialmente desde un lejano país para consumar el atentado estrellando la Trafic contra la entrada de la AMIA.  El juicio oral ante el T.O.F. 3 anuló casi la totalidad de la causa por su armado mentiroso y malintencionado,  y sacó a los policías bonaerenses de la escena fraguada.    Quedó en pie el mismo escenario,  aunque vacío.  
Pero,  supongamos.   Hagamos de cuenta.   Que en la madrugada del 18 de julio de 1994,  un helicóptero fue visto y oído por numerosos testigos volando sobre los techos de la AMIA y descendiendo hasta casi posarse en su terraza mientras iluminaba su superficie con reflectores. 


Supongamos,  hagamos de cuenta que ninguna autoridad reconoce el vuelo de ese helicóptero y que quizás, pudieron haberse dejado en tal ocasión algunos kilos de chapas y piezas de camioneta Trafic,  provenientes de un desarmadero protegido por jefes de la Federal. U otras cosas.
Supongamos.  Hagamos de cuenta.   Que pese a la previa voladura de la embajada de Israel y a la existencia de amenazas concretas dentro y fuera del país,  se hubiera dejado como toda custodia de la AMIA un patrullero sin batería,  estacionado como adorno y eventual dormitorio de efectivos policiales.
Supongamos.  Hagamos de cuenta.   Que la noche previa al atentado,  se hubieran alterado completamente las guardias policiales,  siendo adulterados los libros de las respectivas comisarías.  Y que,  por esa única noche,  hubiera sido enviado como chofer del patrullero que no funcionaba un policía novato que además avisó que no sabe conducir,  y que luego fue amenazado por sus superiores para que no abriera la boca.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que detrás del patrullero que no funcionaba fue estacionado un viejo Dodge 1500 propiedad de otro policía,  con contenido desconocido en su baúl.
Supongamos.  Hagamos de cuenta.  Que los servicios de la Policía Federal tenían un “topo” infiltrado en la comunidad judía,  que informaba a sus superiores cómo era la seguridad de AMIA,  personal,  horarios,  ingresos y egresos públicos y privados,  hasta con un plano de su disposición interna.
Supongamos.  Hagamos de cuenta.   Que el 18 de julio de 1994,  minutos antes de las 10 de la mañana,  un par de hombres baja rápidamente de una camioneta una importante cantidad de bolsas de material,  similares a las de cal,  las apila en el acceso al edificio,  sobre el costado derecho,  retirándose rápidamente.   Y que la antigua ascensorista de la AMIA y sobreviviente del atentado entra a la institución justo cuando estaban acomodando las bolsas,  unos siete u ocho minutos antes de la explosión.  Y que alcanzó a marcar su entrada en el reloj de personal a las 9,49 horas,  antes de ser sorprendida por el estallido dentro de un baño de AMIA de donde fue rescatada.
Supongamos.  Hagamos de cuenta.   Que el 18 de julio de 1994,  también minutos antes de las 10 de la mañana,  un camión de una empresa de volquetes propiedad de un ciudadano de origen libanés, nacido en la misma aldea dónde vivió el lider espiritual de Hezbollah,   deposita un volquete superpuesto a otro y formando un doble fondo,  junto al cordón de la vereda de la AMIA,  pasando apenas el centro de la puerta de Pasteur 633,  y a su vez carga en el camión el volquete con poca cantidad de escombros que era prematuro retirar. 
Supongamos.   Hagamos de cuenta. Que el operario que baja del camión acomoda delicadamente el volquete “vacío”,  con la vista puesta en la recién formada pila de bolsas de “cal”.   Pero que no consta en los cruces de llamadas que ese volquete hubiera sido pedido,  y que,  además,  la firma en el remito que el chofer le atribuyó al arquitecto Malamud,  es falsa al igual que su aclaración.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que los dos policías del patrullero que no funcionaba,  son avisados para que abandonen el área,  tal como ocurrió el 17 de marzo de 1992 con media docena de policías respecto de la embajada de Israel.  Y que,  nuevamente,  otros los cubren desprolijamente en sus contradictorias versiones.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que instantes después que el camión de la volquetera diera vuelta la esquina de Pasteur y Viamonte,  a las 9,53 de ese lunes de julio se detona una carga explosiva oculta en el doble fondo del volquete junto a unos cuantos kilos de repuestos de Trafic,  carga que direccionada hacia el sector derecho de la entrada ocasiona el estallido de las pilas de bolsas de material explosivo ubicados en la parte delantera del edificio.
Supongamos.   Hagamos de cuenta. Que el camión que dejó el volquete tenía instalado un equipo de comunicación por radio conectada con la central de la empresa,  ubicada en instalaciones del Puerto Nuevo, pegadas al lugar donde se acumulaban armas y explosivos para el tráfico ilegal de armas a Croacia y a los musulmanes de Bosnia.  Y que dicho camión venía en realidad esa mañana de un extraño terreno fiscal en la calle Constitución,   en la misma cuadra de un sirio muy cercano a Menem e incluso a Al Kassar,  baldío cercado y administrado a voluntad por el médico y confidente de Menem,  en la zona de residencia de la “banda de los comisarios”.   Y que dicho ciudadano de origen sirio de esa cuadra de la calle Constitución allegado a la familia Menem,  realizó un injustificado llamado a Telleldín el domingo 10 de julio de 1994,  teniendo en su agenda además el teléfono de Mohsen Rabbani.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.   Que esa misma empresa del ciudadano libanés que dejó el volquete en la puerta de la AMIA, además adquirió y almacenó en semanas previas al atentado varios miles de kilos de explosivo amonal y de detonantes,  adquisiciones que no pudo justificar con sus actividades mineras pese a la certificación extendida en su favor por un coronel.  Y que ese coronel está condenado por su participación en el grupo del presidente riojano que contrabandeó armas a Croacia, Bosnia y Ecuador.   Y que,  según se acreditó en otras investigaciones judiciales, voló intencionalmente la fábrica militar de Rio Tercero para borrar pruebas del tráfico de armas.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que después del derribo de la AMIA,  los camiones con volquetes de la misma empresa del ciudadano libanés volvieron a ingresar varias veces a la zona del desastre “para colaborar”.
Supongamos.   Hagamos de cuenta. Que inmediatamente después del estallido,  derrumbe y consiguiente masacre,  los “investigadores”  ya tenían la consigna de buscar sólo piezas de Trafic blanca,  y de desechar cualquier otra cosa.  Y que esa orden la tuvieron antes aún del “hallazgo” del pedazo de motor numerado que fuera identificado como perteneciente a una Trafic y que llevara a la captura de Telleldín y luego los policías bonaerenses. 
Supongamos.   Hagamos de cuenta. Que la historia oficial explica que se llega a Telleldín a partir del descubrimiento de un trozo de motor con la numeración intacta,  que los torpes terroristas habrían omitido borrar.   Pero que los teléfonos de Telleldín se ordenan intervenir con anterioridad a la supuesta aparición de ese  trozo de motor entre las ruinas,  como adivinando que se iba a encontrar ese pedazo de motor numerado que llevaría a Telleldín.   
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que los teléfonos del acusado diplomático iraní Mohsen Rabbani se encontraban intervenidos desde 40 días antes del atentado,  y que tenía un chofer que era agente de la SIDE.   Y que agentes iraníes pagaron al entorno de Menem por armas para los musulmanes bosnios con el visto bueno norteamericano,  país que en cambio se oponía a la transferencia de tecnología nuclear también pagada, y prometida y luego cancelada por el riojano.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que además el acta de hallazgo de ese trozo de motor es falsa y viciada de nulidad,  y que en el juicio oral se demuestra que los que allí firmaron diciendo que presenciaron el momento del hallazgo en realidad no presenciaron nada,  con lo cual no se sabe cómo apareció. Y que entonces,   en pleno juicio oral,  se modifica la escena del hallazgo y se llama a un militar israelí para que diga que en realidad él fue quien lo encontró.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que hubo varios y muy diversos testigos presenciales del exacto momento de la explosión,  que no vieron ninguna Trafic,  desde una señora asomada a su balcón a la espera de su empleada doméstica,  hasta un empleado de un comercio de Pasteur al 700 que tenia su camioneta en doble fila y temía la aparición de una de las Trafics destinadas a labrar infracciones de tránsito,  pasando por varias víctimas sobrevivientes.  Y que algunos de ellos fueron presionados para que dijeran haber visto una Trafic.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.   Que el juzgado de instrucción,  los fiscales y la querella de la DAIA/AMIA dejaron fuera de la causa todo lo que les desvirtuaba la historia oficial,  y numerosos testigos presenciales recién fueron llamados muchos años después cuando a fines del 2001 comenzó el juicio oral y debían declarar en el Tribunal.  Entre ellos,  dos colectiveros afectados por la onda expansiva,  que por la ubicación en que quedaron sus grandes vehículos hubieran hecho necesaria una arriesgada maniobra previa de sobrepaso por parte de la supuesta Trafic bomba en una calle angosta,  como lo son tanto Tucumán como  Pasteur.   O una sobreviviente de un negocio de la vereda de enfrente a la AMIA,  que se encontraba sentada dentro del local  y con su mirada hacia el frente vidriado.  Y muchos otros más.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que la consigna de la “investigación”  hubiera sido a nivel local no salpicar a la Policía Federal,  SIDE ni a miembros de la mafia menemista,  y se hubiera decidido echarle todo el fardo a la policía provincial corrupta del enemigo Duhalde.  Y que a nivel internacional se hubiera “sugerido” evitar tocar cualquier pista que alterara el tráfico de armas,  o que implicara a jerarcas sirios,  inconveniente no solo por los vínculos con la familia presidencial sino también por la coyuntura de Medio Oriente.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que la “investigación” fue manejada por agentes de inteligencia abiertamente antisemitas y nazis,  que apenas disimulaban su satisfacción por la mortal efectividad del atentado.  Y que “la causa”  se constituyó en una formidable fuente de viajes y fondos reservados.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que algunos traficantes internacionales de armas,  droga y dinero sucio contribuyeron a amasar varias de las más importantes fortunas menemistas,  penetrando además el aparato de seguridad del Estado.    Y que el menemismo finalmente desarrolló la tan ponderada “teoría del derrame” económico, cuando esas mismas fuentes de poder y dinero manchado de sangre se volcaron sobre funcionarios del gobierno y las arcas  de algún banquero comunitario y sus adláteres.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.   Que el banco de ese dirigente comunitario comienza a recibir cientos de millones de dólares del gobierno,  en base a su carisma y credibilidad en la colectividad.  Y que como contrapartida ese dirigente judío se compromete a disciplinar a la comunidad,  a acallar las críticas al gobierno y a sostener la historia oficial.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.   Que ese banquero judío, otros dirigentes comunitarios,  y sus abogados en la causa consienten el pago impulsado por el juez y el gobierno de U$ 400.000 y U$ 5.000 por mes durante dos años al delincuente Telleldín para que éste acuse a los policías bonaerenses.   Y que cuando trasciende el tema, esas mismas personalidades de la colectividad se encargan de desacreditar a los pocos periodistas que se interesan en desentrañar estas tremendas irregularidades,  y de combatir a los pocos dirigentes políticos “populistas” que osaron reclamar la investigación de esos desvíos.         
Supongamos.   Hagamos de cuenta. Que cuando el banquero-dirigente fue abucheado por una multitud en el acto del tercer aniversario del atentado,  dejó de ser útil al gobierno,  y comenzó su caída.   Y se aceleró el vaciamiento del banco hacia cuentas y empresas de su banda,  que incluyó la evaporación de casi 300 millones en unas pocas semanas,  dejando un tendal de damnificados.
Supongamos.   Hagamos de cuenta.  Que parte de lo expuesto precedentemente fuera verdad evidente y ya comprobada,  y otra buena parte pudiera investigarse y acreditarse.  Sería un horror,  y un desprestigio para muchos.    
Menos mal que Menem,  Corach,  Anzorreguy, Galeano y sus fiscales, Beraja, Nercellas, Dobniewski,  y todos sus interesados incondicionales como Hercman, Borger, Kirszenbaum, Zbar, Cohen Sabán, y ahora a su modo Garavano y Macri,  durante estos largos años sostuvieron contra viento y marea que esos detalles menores son sólo burdas patrañas,  inventadas por los defensores de los policías bonaerenses o pòr el kirchnerismo.  El honor ante todo.      

*(Publicado en revista Convergencia N°70, de julio 2018.  Basado en los libros del autor  La Explosión”,  Sudamericana 2017,  "Iosi, el espía arrepentido" (en coautoría con Miriam Lewin) Sudamericana 2015, y  Brindando sobre los Escombros. La dirigencia judía y los atentados: entre la denuncia y el encubrimiento”, Sudamericana 2012,  que a instancias de varias querellas fue incorporado como prueba en el juicio por encubrimiento del atentado que se desarrolló ante el T.O.F 2).

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