El juicio por encubrimiento del
atentado a la AMIA
no muestra aún en las primeras audiencias grandes sorpresas. Recordamos que en esta etapa se juzga en
juicio oral la participación de los encausados en maniobras de ocultamiento de
la llamada pista siria y en el pago ilegal de más de U$400.000 al imputado
Telleldín para desviar las investigaciones mediante una declaración falsa. Todo ello,
encaminado a cerrar la causa con una mendaz versión del atentado, dejando fuera del proceso a personajes
vinculados al gobierno y a la familia de Carlos Menem.
Uno de los ejes cruciales del debate se
ubica en la escandalosa actuación de la dirigencia de la DAIA mientras en los
despachos de la SIDE
comandada por Hugo Anzorreguy, en los
del juez Juan José Galeano y colaboradores y en los de la propia Casa Rosada se
consensuaba la falsa versión a presentar a la sociedad, mediante el soborno, la coacción a testigos, la destrucción de evidencias, el plantado de pistas falsas y la
diseminación de cortinas de humo mediáticas.
La DAIA , para vergüenza de la comunidad judía
argentina, no fue ajena a semejante
estafa moral. Y si bien sólo su
presidente de entonces, Rubén
Beraja, está en el banquillo de los
acusados, diversas circunstancias
evidencian un compromiso más abarcativo con la maniobra clandestina.
Ese panorama puede proporcionar una de las
explicaciones del permanente acompañamiento y respaldo de sucesivas comisiones
directivas de la DAIA
para con Beraja. En su declaración
indagatoria de semanas atrás, el propio
ex presidente del Banco Mayo se encargó de mencionar una y otra vez que cada una de sus decisiones contaba con el
conocimiento y consentimiento del plenario de instituciones y particularmente
de todo el consejo directivo de la DAIA. Por si al resto de la
dirigencia de la entidad se le ocurriera soltarle la mano. Y,
concretamente, aseveró como al
pasar lo que desde hace tiempo es un secreto a voces: que la cuestión de la negociación de Beraja
con el abogado de Telleldín, Víctor
Stinfale, (relativa a la novedosa y
determinante declaración que luego se obtendría del reducidor de autos a cambio
de ciertas condiciones económicas, con
la cobertura de presunto pago de derechos por un supuesto libro), fue informada previamente a la comisión
directiva de entonces. Es decir, en esta historia “somos mucho más que dos”.
Sentado ello, el imputado procuró en su defensa marcar
supuestas distancias o diferencias con Galeano y con Menem. Pero sin demasiado éxito: de
entre todos los recortes, carpetas y notas periodísticas que trajo
consigo a la audiencia para abarcar casi una década, apenas pudo
seleccionar un par de muy tibias declaraciones, que con esfuerzo
"podrían" interpretarse como una "crítica" a Menem.
Frente a los ríos de tinta y cientos de horas de que dispuso Beraja en
los medios de comunicación en los 90, su dificultad para encontrar entre
tan abundante material algún disenso sustancial con el menemismo, fue notoria. Una de las expresiones que según el ex
presidente de la DAIA
mostrarían su distancia con el gobierno que encabezó el encubrimiento del
atentado, la efectuó en el cerrado marco de en un simposio de dirigentes
bancarios, seleccionando ante el tribunal una muy breve frase con la que
parecía no avalar ciertos aspectos de la política económica en curso.
Beraja tuvo que explicar ante los jueces el sentido de su crítica, frente a las abundantes evidencias de una
relación estrecha con los coprocesados Galeano y Menem, y de un involucramiento íntimo y reservado en
los avatares de la causa.
En una de las audiencias designadas
para la declaración indagatoria de Beraja,
se encontraban en el sector reservado al público las titulares de la
agrupación de familares de las víctimas “Memoria Activa”, Diana Malamud y
Adriana Reisfeld. Al rato llegaron al
mismo lugar -por primera vez en el juicio-
los incondicionales ex presidentes de DAIA José Hercman y Jorge
Kirszenbaum. Fueron increpados por las familiares, que les preguntaron a viva voz si venían a
acusar o a defender al procesado Beraja.
La obvia respuesta no se produjo,
mientras los hombres de la
DAIA eran asignados a otra zona para testimoniar su apoyo
presencial.
A diferencia del poema de Mario Benedetti, no puede afirmarse que “sus manos trabajan
por la justicia”; por más que para
parte del establishment el acusado continúe siendo “mi amor, mi
cómplice y todo”. Lo que seguramente es cierto, es que son
“mucho más que dos”.
(Nota publicada en la edición Nº 60 de la revista Convergencia, que puede descargarse AQUI )
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